Lectura – El árbol

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¡Pobrecito el árbol ya está viejo! Siento compasión por él. Ahora a cada instante llena el suelo donde se levanta de hojas secas. ¿Llora el árbol? ¿Son lágrimas sus hojas? Antes cuando era todo vigor no sentía la pena de su debilidad. Nunca antes había esterado de hojas secas el suelo, su suelo. Esa tierra que lo ha sostenido desde muy niño aún, cuando muy delgadas y débiles sus ramitas recibían el generoso alimento de aquel suelo por intermedio de sus raíces. Sus hojas, entonces, no perdían el verde aceituna de su clorofila. Creció lentamente sin que nadie se ocupara de él. Sólo los muchachos ociosos  y sin malas intenciones le maltrataban a su paso. Él supo resistir cuando era niño esos embates. Sus hojas en sus delgadas ramitas inadvertidamente sumaban altura a su tamaño, a su existencia, hasta que, más grandecito, se liberó del maltrato de los muchachos.
Con el transcurso de la monotonía de los días, conocimos de su salud, de su crecimiento, de su desarrollo. Ahora, fortalecidas sus ramas, con sus hojas verdes aceituna en familiares conjuntos, su fronda fue exuberante. Así lo comprobaba cuando pasaba por ante su presencia. Me había superado en altura. Para mí, en este proceso del crecimiento, había tocado a su fin. El árbol calladamente, sin prisa, a medida que los días transcurrían, crecía, crecía; crecía tanto que mi menguada estatura cuando se me ocurría, debía echar la cabeza hacia atrás para levantar la mirada.

Ahora, el follaje de sus ramas con su color verde aceituna se extendía sobre el contorno de su robusto tronco, y en el suelo no habían huellas de hojas desertoras.
Ya viejo el árbol, como lo encuentro desde entonces, todos los días y a cada instante, el anciano árbol, cubre su piso de abundantes hojas secas; es como una lluvia sin cesar de hojas que se desprenden y descienden hasta el suelo. Todo parece tan natural, el árbol se deshoja, el suelo silencioso las recibe y el aire cuando alguna brisa sopla, con el sonido característico de las hojas secas las arrebata y se las lleva. Es la más débil demostración de sus  energíasperdiddas, de sus postreros llantos.

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Te compadezco, árbol querido, y con suma disposición, en unidad de afecto contigo, recojo tus hojas que son tus lágrimas para mí. Y lo seguiré haciendo mientras mi compasión no desfallezca, mientras mis fuerzas me lo permitan, mientras se no agote tu dolor. ¿Es tu despedida? ¿Tu inmediato final? ¡Hasta tanto, árbol querido! Recibe estas sentidas palabras en la inseguridad de que quizá puedas comprenderme.

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@carlosmujica928

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