Amor, -en tu libro de poemas, “Imágenes existentes”, -me dijiste- tienes un poema a los hijos que empieza: “Hijo, cuando aprendas a leer, léeme el alma”. Continúo hablando por ti: “siempre me llamó atención ese vocativo con el cual se inicia el verso” Y yo te repuse: “el vocativo es un apelativo, un nombre siempre independiente de la oración; es pues un término totalmente libre de ella”. Recuerdo claramente que así te contesté. En este sentido, desde la distancia infinita como el universo que me separa de mis hijos y de ti, te escribo para evocar, un poco, momentos felices de cuando compartíamos, sin sospechas de adioses definitivos nuestra apasionada existencia. Por eso, cuando pensé escribir ese poema nada más elocuente que iniciarlo con una palabra sin ataduras, llena de libertad, como fuimos siempre nosotros una pareja libre y feliz. Fue una amorosa demanda a los hijos, ese poema. Ellos que en el transcurso de los años de formación, tuvieron, pues, en ese poema el sentimiento de mi amor de madre. Como se aprecia en él, es un poema trascendente.
Tal vez ellos en su ser, cada cual para sí, hayan hecho la lectura de ese poema tantas veces y, por eso, hayan conseguido con elloel descubrimiento de mi alma, siempre abierta para ellos y para ti. Me complace que todos ustedes
hayan conocido en esencia mi alma.
A ti, amor, otro vocativo, en nuestras estrechas relaciones de todo género, aun cuando ya no me puedes oír, tú sigues siendo para mí mi “Chindo oco, mi mema, mi papa, así sin acento. Palabras que como tu conoces están llenas de esa dulzura, que al pronunciarlas tenían para nosotros, tú y yo, un no sé qué, porque sé que tú no has dejado de pensar en tu Chegra, en tus ojos de venado, en tu mariposacuando vaporosa con tu traje de organza te vestías, en tu “mi todo”, en tu “mi yo”. Gracias amor por la eterna frescura de tu afecto.
Debo agregar aquí aquel hermoso poema tuyo para mí, titulado “Tu y Yo”: A mi destino/ fue tu destino/ que lo enrumbó./ En mi conciencia/ fue tu conciencia/ la que me guió./ En mis palabras/ fueron las tuyas/ quien predicó/ y mis afectos/ junto a los tuyos/ la gran pasión./ No hay nada entonces/ que interferirnos/ pueda a los dos./ Y somos siempre/ mientras vivamos/ la misma voz. Gracias, amor, espero que, a pesar de todo, nuestro amor puro continúe inquebrantable, pese a la distancia y al silencio que nos envuelva. Tuya: Yolanda.
