La muerte no sólo aflige y afecta a los deudos de quien muere, sino que según las circunstancias en que se produce, levanta otros sentimientos que colectivizan lo que por lo general pertenece al ámbito personal más íntimo. Uno de ellos es la muerte de un niño o de un joven aunque se deba a una enfermedad mortal. Mucho más si es asesinado ya no por gatillos alegres, sino por quienes reciben órdenes y aplican nuevos reglamentos que legalizan el uso de armas de guerra en contra de los manifestantes.
El lenguaje siempre ha sido por su enorme capacidad simbólica, instrumento y medio para repartir, legitimándolo, no sólo el amor y la justicia, sino su contrario.También para camuflar u oscurecer intenciones mientras se cambia su sentido. Lo que en poesía es su esencia y destino –trastocar y subvertir el sentido-, en la política es su contrario. Sobran los ejemplos cuando se habla de paz, amor, vida, justicia, democracia y libertad, mientras se impone o piensa, abierta o subrepticiamente en guerra, odio, muerte, injusticia, autocracia y represión. Sobran los ejemplos de la paz asociada a los sepulcros.
La muerte de un niño de 14 años ocurrida por estar manifestando y tirando piedras me indigna y me conmueve. De la misma manera que me conmovieron e indignaron en el pasado. Hasta hace unos 20 años como docente activa, en más de una oportunidad con Loly Sánchez, Gerardo Pérez y otros colegas de la U.E. Domingo Hurtado, mediamos con la policía y sacamos muchachos de sus patrullas argumentando el derecho a la protesta. Me pregunto hoy, cómo me sentiría si fuese profesora de Kluibert, ante su pupitre vacío, su nombre en la lista, su foto del celular y el rostro de su madre. Sé que muy indignada, como lo estoy hoy ante tanta bandera caída, sueño roto, mentira impuesta, reloj detenido, fuerza bruta e impotencia.
Abrumada me siento con las respuestas oficiales y con los mensajes que suelen circular que sin dar lugar a un modelo deseable de país a ser construido por todos, sólomuestran sectarismos y excusas para el odio o evasiones de responsabilidad. Desde siempre los venezolanos creíamos conocer de política, pero las redes -veloces vehículos de la palabra propia o prestada- parecierannegar dicha apreciación. Sobra el desprecio por la lengua, intolerancia y una especie de “ignorancia irresponsable” de los ciudadanos, no sólo sobre deberes y derechos, sino de la complejidad de cualquier política al incluir ésta, intereses diferentes, beneficios comunes y diversidad de propuestas. Lo cual requiere de formación política aliada a la humanidad. Entendiendo por ésta no sólo nuestra condición sino el reconocimiento de la convivencia con nuestros semejantes como límites a nuestro egocentrismo.
Se cuenta que el operador de radio del Titanic, abrumado por los mensajes recibidos o enviados por los pasajeros de primera clase, no informó al capitán de los mensajes recibidosde otros barcos, alertando sobre los peligrosos bloques de hielo. Ojalá la muerte de Kluibert dispare las alarmas y restituya en tirios y troyanos el sentido de humanidad que tanta falta nos hace y que solemos descuidar como dueños del poder de decidir democráticamente qué país y ciudadano queremos ser y construir para los niños y jóvenes que vendrán.
