Uno mira y oye al Papa Francisco y comprende que hay razones en el Vaticano para tenerle ojeriza. No sólo rompe esquemas en cuanto a popularidad sino que dice lo que piensa y en voz alta, sin apabullar pero las dice. Sigue pensando como párroco en cuanto a su actitud de servir a la gente pero también se asume como Papa que sabe de los laberintos de una institución cada vez más envuelta en escándalos, como la pederastia y las finanzas mezcladas con la mafia y blanqueo de dinero.
Eso sin referirnos al papel jugado con los fugitivos nazis ni a la exclusión de sacramentos en la tierra y de entrada al cielo, de quienes por causas tan diversas como pensar que la tierra era redonda, oponer la ciencia a la fe, asumir la sexodiversidad, divorciarse, casarse o unirse de nuevo, ir a la cama acompañado sin pedirle permiso a nadie, intentar ser feliz… En fin, que las finanzas fueron bendecidas y la prohibición y censura sustituyó el libre albedrío y el respeto a la conciencia, entendida como “La ley interior que no procede del hombre sino de Dios”.
Francisco remueve intereses y ortodoxias. Sabe enfrentarse a sectores poderosos que a lo largo de los siglos, cambiaron el sentido del cristianismo, nacido entre pescadores y perseguido por concebir desde sus comienzos un ser humano semejante a Dios y prójimo de sus semejantes. No sólo trastocó la noción de divinidad, sacerdote y fieles, sino que restableció la dignidad y respeto a la mujer. Avances que sufrieron retrocesos a partir del siglo III con la imposición del conservadurismo y la misoginia. Su devenir oscila entre la luz y la oscuridad.
En fin, que hay tela para cortar y el Sínodo muestra el tamaño de la sastrería, en un escenario de luchas que confrontan abstracciones sobre el ser humano, basadas en un Derecho Canónico que pareciera permanecer inalterable, alejada de los cambios y transformaciones sociales. La noción del pecado original y la culpa, asociada a la sexualidad ha impedido por ejemplo, no sólo entender el goce y necesidad de los llamados “placeres carnales” sino el matrimonio de los sacerdotes, lo cual les habría dotado de un saber empírico necesario a la hora de entender las relaciones de pareja y los comportamientos de padres e hijos.
Los sectores ortodoxos y acostumbrados a disfrutar de privilegios no quieren perderlos. Poder económico, conceptual y canónico. No soportan un papa reformista al que acusan de izquierdista y latinoamericano: “habla mucho pero resuelve pocos problemas”, dice Franc Rodé, acusado de corrupción dentro del Vaticano y se aprovechan todos los recursos tecnológicos para hacer campañas en su contra.
Un libro: “No es Francisco: la Iglesia en la gran tempestad” afirma que hay dos papas, pues Benedicto XVI sólo renunció al ministerio y Francisco sería ilegítimo. Otro: “Seguir en la verdad de Cristo” defiende la exclusión de los divorciados. Propercio lo anunció hace siglos: “Un rumor transita por sobre tierra y mares”.
