Las voces de Penélope – La muerte viaja en el aire

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¿Será quenos cuesta aprender de las experiencias propias y tenemos que apelar a las ajenas para objetivar lo que parece obvio? El pronunciamiento público que hace unos días hiciera, la Red de Apoyo Psicológico, conformada por la RAP-UCV, la UCAB, la USB, la Unimet, y la FPV, en relación con los efectos de la situación socioeconómico y política en el país, pareciera confirmarlo:
“Abogamos por la defensa de la vida, la paz social y el respeto a los derechos humanos de toda la población venezolana y quienes con ella conviven. Rechazamos la violencia social y política como medio para resolver diferencias históricas y políticas entre los pueblos, recordando sus innumerables costos sociales, económicos, políticos en términos de muertes, pobreza y violaciones de los derechos humanos; escenarios éstos que cíclicamente han sacudido a naciones hermanas de América Latina y a países de otras regiones”.

La ceguera ideológica impidió a quienes pudieron propiciar cambios, que el sueño liderado por Gómez Grillo de reformar cárceles y delincuentes, era posible izando la bandera de los Derechos Humanos aliada a la reeducación que incluyera la noción de ciudadanía y civilidad. La equivalencia de a mayor pobreza mayor delincuencia, demostró ser falsa, por cuanto los sectores populares mejoraron ingresos y acceso a los alimentos, al margen de lo discutible del sistema de dádivas e ingresos,por no estar incorporados al proceso productivo, lo que a su vez destruyó un valor intangible: su capacidad de trabajo.

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La inseguridad ha sido manejada por los sucesivos ministros responsables de la misma, como un asunto de “percepción” y “sensación de miedo” en la ciudadanía y/o como un problema entre bandas de delincuentes o entre éstos y la policía. Al no poder atribuirla a la pobreza, se inventó una versión que oculta la crueldad y cantidad de muertos, en su mayoría jóvenes delincuentes de barrio. Se repite en la práctica, lo que se denunciara antes como atentado a los derechos humanos de los delincuentes y para ello sólo basta con ver el nombre de los operativos y la cantidad de muertos diarios, que nos colocan hoy en el tercer país más violento del mundo. No faltará quien retruque al leer lo anterior preguntando “¿Dónde quedan los de las víctimas?” como si el Derecho no hubiese debatido suficientemente sobre los riesgos y efectos sociales de las venganzas individuales y el primitivismo del ejercicio individual, de una “justicia” que deja de serlo al no dar lugar a la duda ni a la defensa del acusado. O si los Derechos Humanos no fuesen universales y para todos.

En la práctica se dio lugar por parte del Estado y sus representantes, a una forma de “limpieza” de delincuentes resumible en la frase: “Que se acaben entre ellos o los acabamos nosotros”. Recuerde a Rodríguez Torres afirmando que el 76 % de los muertos se debía a enfrentamientos entre bandas o con la policía. Mientras tanto, la Muerte se lleva en el camino a cuanto inocente se atraviese a unos u otros. “¿En qué momento acechará la ola?/¿En qué rincón de sombra te asaltará de nuevo/ esta marea ciega de gritos, insultos, maldiciones?”, me dice M. Dreyfus, mientras oigo a Satie para exorcizar el miedo. (cont)

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