Las voces de Penélope – Días implacables

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La poesía nos atraviesa implacable el corazón y la razón, cuando no es palabra vacía sino forma y sustancia: “¿Qué hago, padre, con mi espanto//a cuestas, y mis días//en los días implacables de los hombres?, nos dice Alfredo Fressia en su poema El Miedo.

Poema que evoca imágenes de los dos mil hombres, mujeres y niños que huyen a diario de la muerte, a través de Macedonia y Serbia, camino a Hungría y esperan la noche para intentar pasar su vigilancia de perros y uniformados rumbo a algún país que los acoja. Este año van 4.000.000 de refugiados sirios, sumados a los 300.000 que no siempre atravesaron vivos el mediterráneo.

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“¿Qué hago, padre, con mi espanto//a cuestas, y mis días//en los días implacables de los hombres?”…resume también los miles de desplazados de la guerra interna en Colombia, cuyas historias bastan para no quedar en paz hasta que la guerra se suspenda. O para nombrar lo que hasta hace poco parecía impensable: que nuestro país protagonizara una deportación masiva de colombianos cuya entrada y permanencia fuera estimulada a lo largo de décadas.

Son de largo aliento los actuales problemas fronterizos, dada su complejidad que requiere a su vez, de complejas soluciones. Y mientras se anudan o desanudan los hilos que enlazan en este asunto a Cuba, Venezuela y Colombia, miles de colombianos deportados o a punto de serlo, cruzan el puente o el río según sea el caso, en medio de la indignación, vergüenza y dolor a uno y otro lado de una frontera tradicionalmente dinámica, no solo para quienes tienen intercambios comerciales sino a las miles de personas que desde hace largo tiempo, poseen la doble nacionalidad.

Algunos por lazos de parentesco a uno y otro lado. Otros, por haberse dedicado hace mucho tiempo, al negocio de vender aquí o allá, de acuerdo a la relación bolívar/peso, víveres, ropa y enseres e incluso, su voto al mejor postor. Desde la cuarta, una forma de obtener vivienda o cédula, fue el resultado de votar de determinada manera. Asunto que creció caudaloso en los tiempos de la quinta, pero que hoy, dada la inseguridad de obtener el voto binacional, se resuelve de manera expedita solapando el asunto político tras el económico.

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¿Contrabando? Por muchos años ni siquiera mereció tal nombre, por ser a pequeña escala, doméstica. Los venezolanos fronterizos, no sólo hacían mercado en Cúcuta o en Maicao, compraban su ropa, sino que parrandeaban por sus fueros. Los que lo hacían en autobús, debían pasar por un registro casi siempre sujeto a los humores de los guardias de alcabala. La Guajira, es otra cosa. Siempre ha sido para sus habitantes, lugar sin límites ni otra nacionalidad reconocida, que la etnia indígena que la habita desde hace siglos.

Contrabando que no incidía en las economías y marchaba al ritmo del cambio de las monedas de uno y otro país, cuya diferencia era irrisoria, si la comparamos hoy, en el cual sí produce problemas en el abastecimiento de alimentos y gasolina. Ayer se contrabandeaba en bicicletas, maleteras y a pie. Hoy en gandolas y en camiones. Ha surgido un nuevo oficio, el bachaqueo, también fronterizo aunque se haga en el centro del país, por aquello de rozar lo moral y lo legal. Igual ha existido a ambos lados, una relación comercial legal entre ambos países.

La guerrilla colombiana estaba allí desde la cuarta. Ahora sigue a la manera goajira: sin respetar las fronteras. Sus negociaciones de paz en Cuba se trancan, cuando insisten en participar legalmente en la política, lo cual les permitiría ir a elecciones. Asunto en donde Uribe y Santos pisan orillas opuestas. Para el primero, han de ir a juicio y ser inhabilitados políticamente y perseguidos por el paramilitarismo.

A Santos, le importa mucho la institucionalidad y los acuerdos de paz que fortalezcan el neoliberalismo en Colombia. Cuba, obtenida su entrada al juego del capitalismo, sigue jugando a la carta de la guerrilla colombiana y espera que el gobierno venezolano, los apoye y les ayude a conformarse políticamente para hacer vida legal y oponerse a las medidas neoliberales.

Para los que no somos políticos sino simples ciudadanos, el asunto incluye la moral y los principios humanitarios. No podemos permanecer ajenos a las deportaciones cuyas consecuencias causan dolor y descalabro familiar entre colombo venezolanos. Los versos siguen interrogando: “¿Qué hago, padre, con mi espanto//a cuestas, y mis días//en los días implacables de los hombres?”

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