Las madres de los detenidos pagan otra condena

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María Consolación Pérez es un nombre ficticio. Pidió que su identidad fuera resguardada, porque la vida de su hijo corre peligro dentro de la cárcel por una palabra mal dicha. Así son sus normas y no deben faltar.

Pérez es una señora de 62 años,. Debería estar tranquila en su casa disfrutando de sus nietos, de sus hijos, de la pensión de vejez, pero no es así. La vida no le ha tocado fácil y desde joven la ha golpeado duro, pero aún así, sigue luchando por ella y sus hijos.

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Madre de una hembra y un varón, su pareja la abandonó y le tocó asumir el rol de padre y madre. Para darles de comer trabajaba como servicio en casa de familias, vivía en Maracay, estado Aragua.

A diario se levantaba a las cuatro de la mañana para dejar todo listo en su casa y comenzar con su faena a las siete de la mañana.

Retornaba después de las seis de la tarde a su hogar, mientras tanto en casa sus dos pequeños se cuidaban el uno al otro y con la ayuda de algunos vecinos quienes los atendían de vez en cuando.

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Cuando su hija llegó a la adolescencia, justo al cumplir los 12 años, se la llevaba para que la ayudara con los oficios en casa de sus patronos y así aumentaban ingresos, mientras el varón que tenía ocho años quedaba solo.

Comenzó a salir por la barriada y a juntarse con los más grandes. El jovencito se fue sintiendo importante pues sus amigos eran mayores y lo mejor era que le daban dinero por favores.

Lo mandaban a llevar paqueticos a una casa o a otra, o a esperar a alguien a entregárselo en un vehículo, algo que le parecía muy fácil y sin mucho esfuerzo.

Con el dinero compraba dulces y los comía junto a su hermana, pero escondidos de su madre, por eso de que le decían que era malo comer tanta chuchearías.

El joven a quien se le llamará Pedro, rápidamente le fue agarrando amor al dinero fácil y se impresionaba por lo que hacían sus amigos grandes, así fue conociendo las armas y el mundo de las drogas.

Luego se metió en el negocio de lleno, hasta el punto que llegó a silenciar y sacar de su paso a personas que se interponían en el camino.

La señora Pérez comenzó a ver más dinero en la casa y se alegraba. Podían comprar ropa y darse algunos lujos, como comer en un restaurante.

Ella le preguntaba a su muchacho qué trabajo tenía y él le decía que un señor lo tenía metido en su negocio, pero no le daba más explicaciones.

Gran golpe

Pedro fue detenido en varias oportunidades, pero pagaba y lo soltaban. En dos ocasiones pasó por el Ministerio Público por porte ilícito y droga, pero no tenía suficiente estupefacientes como para dejarlo privado de libertad, por lo cual el joven recibió beneficio, tras ser catalogado como consumidor.

La señora Pérez se dio cuenta que su único hijo varón andaba en malos pasos, trató de guiarlo y hablar con él, pero era tarde. Se fue de la casa y dejó a las mujeres solas.

A los 26 años fue apresado por robo a mano armada, homicidio y secuestro.

El joven pagó a las autoridades para que lo soltaran, pero Pedro fue engañado: aceptaron el dinero y no le dieron su libertad. Pasó a ser procesado, llevado a los calabozos de la Policía y posteriormente enviado al Centro Penitenciario de Aragua, mejor conocido como Tocorón.

En una cárcel con pranes, deben respetar códigos y si incurren en falta, pagan con su vida. Varios motines vivió, recorrió Sabaneta, Santa Ana y hasta que llegó a Uribana, aún procesado y su caso radicado en Lara, en espera de un juicio, el cual no ha sido posible terminar, por las constantes suspensiones de las audiencias.

Pedro fue abandonado por quienes creía eran sus amigos, todo el que le debía se olvidó de sus deudas; las mujeres con las que salían no aparecieron más, aquellas fiestas y lujos quedaron atrás y el poder que tenía en el barrio, no lo pudo lograr en la cárcel, por lo cual pasó a ser un preso más.

María Consolación Pérez, desde que se enteró que su muchacho estaba preso, fue la única que no lo abandonó, no era acompañada por su hija, pues ella ya tenía una vida, debía cuidar y atender a la familia.

La señora Pérez se dedicó a viajar e ir detrás de su hijo cada vez que lo trasladaban de penal. Vivió en diferentes estados, dejando su casa sola y ahora está en Lara desde hace más de cinco años.

Las cicatrices de lo vivido se ven a flor de piel: su voz no se quiebra cuando cuenta lo vivido, pero las lágrimas son inevitables.

Lo espera afuera de tribunales

Vende tostones por las calles barquisimetanas y con eso compra lo que necesita su hijo.

La dama está en las afueras del Edificio Nacional; espera con ansias la llegada del autobús proveniente de Uribana, el cual llega con aproximadamente 20 internos, todos con su cabeza afeitada, vestido con un mono y una camisa amarilla, esposados unos junto a otros.

Allí, con una sonrisa, está Pedro, quien saluda a su madre. A ella le brillan los ojos al verlo. Levanta el brazo para saludarlo mientras en el otro sostiene la canastilla con los tostones, porque la cosa está tan dura que no puede dejar un día de trabajar. Son bajados del autobús, Pérez trata de acercarse, pero no puede.

Tras pedirle favores a los guardias y custodios, logra pasarle el almuerzo. La señora está pendiente: vende en las afueras del Edificio Nacional y cuando sabe que suben a su hijo al piso siete, busca un sitio para guardar sus tostones e intentar acercarse al joven.

Al verlo toca su mano, aunque aún tiene las esposas, le pasa su mano por la cara y le pregunta cómo ha estado y cómo se siente.Le cuenta sobre su hermana y sus sobrinos. Pedro no habla nada de la cárcel pues no se puede.

Apenas cinco minutos logran estar juntos, tiempo valioso. El alguacil lo vuelve a bajar y manifiesta que una vez más le fue suspendida la audiencia. Esta vez la juez no llegó.

María Consolación le pasa un billete enrollado antes de irse; se despide con la mano y ve partir el autobús, se le hace un nudo en la garganta y pide a Dios que su hijo pronto recobre la libertad.

Cada vez que su hijo va a tribunales ella acude, y es que aun cuando la visita es mensual hay ocasiones en que la madre no tiene pasaje para ir y prefiere mandarle algo.

Pedro tuvo un hijo y, en ocasiones, la madre lo lleva a la salida de los tribunales para que lo vea porque en el penal no se lo permiten.

Cuando pasa el autobús en el cual va su padre, la madre lo alza para que el niño lo pueda saludar, si bien, a su corta edad, no entiende la situación.

Pero la labor de María Consolación no queda allí: trata de acudir los lunes para hablar con la juez que lleva el caso, pues Pedro ya tiene 35 años, lleva 9 años preso y no tiene sentencia, ya le corresponde un beneficio, y asegura que no hay nadie que se pronuncie al respecto y el abogado público que les asignó el Estado, siempre está ocupado, tiene muchos casos y como no ve dinero en mano, no se interesa por ayudarla.

Sola en una ciudad donde hace cinco años era desconocida, ha aprendido a hacer sus diligencias y sobrevivir, pero jura no abandonar a su único hijo varón. “Todo lo que hace una madre es por amor”.

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