Las fresas de la amargura

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Era el año setenta y yo un estudiante de Derecho casi veinteañero, cuando llegó la cinta Las Fresas de la Amargura de Stuart Hagman, acerca de la rebelión universitaria norteamericana de los sesentas tardíos, protestas contra la Guerra de Vietnam y reclamos de cambios en la universidad, después que el Mayo Francés del sesenta y ocho nos había dicho que había que ser realistas y, por lo tanto, exigir lo imposible.
Aquí soplaban los vientos de la renovación académica, reforma universitaria para nosotros los demócratas cristianos que pegábamos afiches con la figura de Gandhi. Creo que vi la película en el caraqueño Cinema Uno de Chacaito, una sala para cine de calidad y que permitía fumar, lo cual era entonces bohemio y no era políticamente incorrecto, aunque ya era dañino para la salud.
Cuando vi Las fresas de la amargura estudiaba y quería graduarme, casarme y tener hijos. También quería luchar por un país y un mundo mejor, representar algún día a Lara en el Congreso, tener la posibilidad de influir en nuestro destino. Quería escribir y conseguir quien me leyera. Era un tipo feliz y estaba convencido de que lo sería de adulto. No digo que todos mis sueños se realizaron tal y como los soñé, pero a Dios gracias he tenido grandes oportunidades y siento que he llegado a la sexta década de vida libre de frustraciones.
La película se hizo famosa por su banda musical. Algo en el aire o Something in the air, es de todas las canciones la que más recuerdo. El largometraje era de romanticismo juvenil, romanticismo político y de pareja, y tiene escenas de violenta represión policial. Tal vez por eso me ha venido a la mente en estos días en que nuestra geografía ha estado poblada tanto de juventud romántica , como de despliegue de fuerza por parte de efectivos de la Guardia Nacional. Pero también es el título de la producción protagonizada por Bruce Davidson, él, y Kim Darby, ella, lo que me da vueltas en la cabeza. Las fresas de la amargura.
¿Por qué protestan nuestros jóvenes? Las primeras marchas, las del 12 de febrero, tuvieron una agenda, después la represión les puso combustible, y empezó a brotar ese reguero de guarimbas, por su cuenta, silvestres. Con causas que no son uniformes. Una forma de lucha que no entiendo ni comparto, pero que trato de comprender en su génesis. Porque ya va un mes de protestas multiformes. La mayor parte de ellas pacíficas, otras que no lo son. Como las barricadas, aunque más de una haya sido concebida como defensiva, no es un acto de paz trancar una calle. Es imposible no preguntarse qué pasa. ¿Dónde radica el descontento? ¿Qué explica una rebelión estudiantil y juvenil tan tenaz?
Veo, leo, escucho, y capto que en la motivación profunda hay una rabia básica. Un descontento elemental. Los jóvenes se amargan porque no ven futuro, sienten que las oportunidades se estrechan, que su futuro se va esfumando en la incertidumbre. Estudiar y graduarse, ¿para qué? Darle duro al trabajo ¿con qué propósito? La vida mejor que todos tenemos derecho a aspirar la ven remota y difícil. Si estudian, sienten que el título les valdrá de muy poco, que tendrán que seguir viviendo arrimados, que lo que ganen no les servirá para mejorar. Es lo que ven en sus hermanos mayores y en sus primos, ya graduados y sin capacidad de cambiar sus vidas.
Por esos lados encontraremos la causa de la protesta. Eso no nació como una conspiración para tumbar al gobierno, y éste se equivoca si lo reduce a una maniobra política sin asidero. Jamás hubiera durado tanto si fuera artificial. Tampoco se acabará porque lo pacifiquen unos gestos. Subirá y bajará la llama del descontento, pero no se apagará completa mientras sus causas estén allí, ante nuestros sentidos. Protesta la amargura. El futuro ya no anda por ahí. Ya no parece disponible. Y eso, para un joven, es lo peor de este mundo.
Esas son nuestras fresas de la amargura.
P.D. No tengo palabras para expresar lo que serían nuestras vidas, mi vida, sin EL IMPULSO.

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