La obra de Antonia Palacios

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Dieciséis estampas acompañan la novela Ana Isabel, una niña decente de Antonia Palacios, así lo expresa con pulcritud descriptiva el ingenioso escritor Juan Liscano, hombre sensible que absorbe la exquisitez de la palabras cuya contenido se funde con lo real e irreal, de lo que Antonia Palacios con su fértil imaginación nos describe conmoviéndonos y haciéndonos partícipes en su recorrido de una frescura y sentimiento poético, con la pluralidad de la mujer venezolana.

«Ana Isabel se debate entre dos monstruos los irreales y los monstruos de la realidad», así lo señala el escritor Juan Liscano, no perteneciendo al mundo de los ricos y al mundo de los pobres, descendiente de unos Alcántara cuyo escudo constituye la trama misma de la novela, con esa su autenticidad de hechos, en un ambiente en que transcurre la acción.

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Pero si ahondamos en sus capítulos, “la piñata, la confesión ¿quién mato a Mariposa?, internalizamos la fibra viva de esta novelista, quien como fluir de pensamientos cristalinos en un efluvio de expresiones llenas de sensible poesía, al describir cada detalle, despierta un cumulo de sensaciones en los alrededores de su entorno estremeciéndonos con profunda meditación.

Acunamos con ella tan hermoso criterio de una literatura que jamas morirá ni en el tiempo satírico de amenazas por la letras ni en un espacio donde nuestras nuevas generaciones podrían dudar de un sinnúmero de oportunidades siempre ofrecidas por la palabra, núcleo de sabiduría divina. En la piñata, la autora nos hace una regresión devolviéndonos la fe de creer en la niñez, con esa inmensa ternura. ansiosa de juegos huyéndole a una inevitable adolescencia para ocupar un lugar en la sociedad..

¿Quién mato a Mariposa? arrulla el espíritu en defender la vida y lo que amamos, como partícipes de una batallón de hombres y mujeres clamando por la justicia, muy sedienta al confesar en el alma, una culpabilidad de no ser culpables enfurecidos por la verdad.

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De esta literatura a la que nos sumamos efervescente ante tal flujo de expresiones literarias nos ayudamos a caminar de la mano de Antonia Palacios, siendo soldados irrevocables del amor. Nuestra semilla en regadíos de nuestros jóvenes de hoy nos estimularan a recoger frutos en una Venezuela que en vez de morir nos vea nacer. Recorriendo estos caminos ponemos por testigo nuestros libros quienes en sus símbolos del verbo, la palabra , nos permiten que desempolvemos el polvo de sus quizás hoja amarillentas paginas quienes todavía nos muestran en sus caratulas de sueños, a los que soñaron el ayer.

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