La montaña de los muertos

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Con un lenguaje densamente poblado de agudas e inteligentes metáforas, el narrador Stalin Gamarra, autor de la novela La montaña de los muertos, editada en Mérida, por las ediciones Actual, deja constancia de una asombrosa propuesta novelesca sobre una de las décadas más estudiadas por el discurso sociológico de la literatura venezolana del crispado y tormentoso siglo XX. Porque a decir verdad, la década de los años 60 de la pasada centuria es una de las más prolíficas y abundantes en materia de creación literaria. Los manifiestos literarios del siglo XX así lo atestiguan.

La gesta heroica de la guerrilla “sesentosa” dio lugar a textos de naturaleza narrativa que con el tiempo adquirieron visos de carácter mítico y hasta legendario ya en el vasto panorama de la cuentística y novelística venezolana. Tal, la obra de Ángela Zago, Aquí no ha pasado nada, o Después del túnel de Diego Salazar, la inolvidable narración Cómo secuestramos a Niehous, de Gaspar Castro Rojas, acrónimo de Grupos de Comandos Revolucionarios, unido a estas experiencias narrativas testimoniales una decena de textos (entre novelas y cuentos) que retratan con enjundiosa minuciosidad los increíbles intersticios de una guerra que, como todas las guerras, trituró y engulló existencias que nunca merecieron morir como lo hicieron, tan absurda y, sobre todo, tan prematuramente.

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Gracias a esas lecturas transversales que nos sorprenden en medio de los breves paréntesis que hacemos en nuestra incansable labor de lectores en que vivimos, pude disfrutar de una magnífica crítica literaria escrita por el poeta Armando Rojas Guardia quien no repara en merecidos elogios a esta novela del también excelente escritor y profesor universitario Stalin Gamarra tan elocuentemente titulada La montaña de los muertos.

Confieso que la gratificante lectura de esta portentosa novela de Gamarra me ha reconciliado con mi breve pero, también debo decirlo, intensa pasantía por los estertores de la que unos y otros coinciden en denominar la guerrilla urbana en Venezuela. Por las páginas de esta novela no hay ni un ápice de rencor, ni tantito de reconcomio por lo que pudiera calificarse como la más grande estafa simbólica que un puñado de jóvenes soñadores decidieron experimentar a lo largo y ancho de una década y media con todas las incalificables implicaciones éticas, morales, políticas y existenciales que se describen con innegable maestría narrativa en esta novela singular.

La homofobia del personaje que encarna al “portugués” en la novela rasga el velo de una de las más abominables manifestaciones de intolerancia a la diversidad sexual que aguijoneó la doble moral de eso que los papanatas del guerrillerismo ético e intelectual de raigambre gramsciana se empeñan en llamar el bloque histórico de clases oprimidas. Legendarios comandantes guerrilleros que amenazaban con fusilar a sus propios camaradas porque “sospechaban” de que éstos últimos eran dueños de conductas non sanctas para la nomenclatura de la vanguardia revolucionaria. La logia de los esotéricos la denomina el narrador. Obvio, siempre obvio. La casta ilustrada de la iluminada vanguardia guerrillera vivía confortablemente en Caracas disfrutando y usufructuando los bienes suntuosos (joyas, relojes, dinero) que caían en manos de las unidades tácticas de combate de los núcleos guerrilleros urbanos que arriesgaban sus vidas en nombre de una revolución que nació muerta.

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