La ciudad como tema: ¿Qué hace un urbanista?

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La próxima apertura de la carrera de urbanismo en la Facultad de Ingeniería de la UCLA genera preguntas entre quienes buscan opciones de estudio y quieren saber de que trata esa carrera. Saberlo es importante porque escoger una carrera es escoger también una opción de vida, pues uno es, en gran medida, lo que hace y va haciendo a lo largo de su vida.
Un urbanista se ocupa, entre muchas otras cosas, de la ordenación del territorio y para ello debe tener una visión estratégica a largo plazo. Estudia las actividades humanas y trata de distribuirlas en el espacio con criterios racionales. La idea es que un territorio bien organizado funciona mejor y a menores costos para todos.
En nuestro medio es común que las actividades relacionadas con el urbanismo sean realizadas por arquitectos o ingenieros, pero con frecuencia les toca enfrentar problemas que desbordan sus especificidades profesionales, deficiencia que compensan, a veces, con algún postgrado.
El urbanismo es una actividad que integra conocimientos propios de la arquitectura, la ingeniería, la sociología, la economía, el derecho, la psicología, la historia, la geografía, la geología, la ecología, la política y otros más, saberes esenciales para hacer propuestas para el ordenamiento del territorio y su administración. A todo esto hay que incluir una buena dosis de sensibilidad social pues, como repite Fruto Vivas: “La tarea mas importante de los urbanistas es ayudar a crear ciudades de hombres libres.”
El termino “urbanista” subsiste sólo por razones históricas pues hace tiempo que su trabajo ha rebasado el espacio de la ciudad, abarcando desde la región hasta el vecindario y sus temas específicos, sean los transportes, los espacios abiertos, los educativos, los asistenciales, los residenciales, las redes de servicios, las actividades de producción y cualesquiera otros sistemas que deban integrarse para funcionar armónicamente.
Conocer lo que es y lo que ocurre en el territorio, es la parte analítica de la profesión, la fase descriptiva previa necesaria para poder elaborar cualquier propuesta de ordenación. Le sigue la parte prescriptiva, que es la elaboración de los planes, terminando en a fase operativa, en la administración y aplicación de los planes de ordenamiento y desarrollo, que es el momento de la verdad y donde suelen fracasar las mejores intensiones urbanísticas.
Todos percibimos que nuestras ciudades están funcionando muy mal, son desordenadas, están subequipadas y nos resultan extremadamente agresivas. Sin embargo, ellas funcionaron bien hasta el fin de la época colonial cuando eran pequeñas y regían las Leyes de Indias, cuya huella visible está en el trazado en cuadricula de las zonas centrales de nuestras ciudades.
Tras la guerra de independencia la autoridad y capacidad técnica de los municipios se vio muy disminuida y las ciudades fueron creciendo por simple prolongación de las calles y ocupando los espacios al mejor entender de cada quien.
La era petrolera aceleró el proceso de urbanización y a la vuelta de pocos años nuestras ciudades se llenaron de gente que requería de toda clase de servicios sin que hubiera modo de atender esa demanda. Las ciudades crecieron sin las reservas y previsiones de espacios necesarias para calles, parques, escuelas, centros de salud, comercio y la producción fuera artesanal o industrial. Se llenaron de automóviles y de nuevas urbanizaciones, muchas de ellas notables por su buen diseño arquitectónico, pero mal integradas a la trama urbana que seguía creciendo sin orden. Simplemente, las autoridades urbanísticas que a veces no existían, otras no entendían el tamaño de los problemas que debían afrontar, y siempre carentes de suficiente autoridad y recursos financieros, fueron desbordadas por los hechos. Así llegamos hasta el presente.
Es obvio que en materia urbanística hay trabajo para muchos y por muchos años. Pero no nos hagamos muchas ilusiones en cuanto al alcance real de la acción del urbanista: las ciudades son entes rígidos, cambian lentamente y están llenas de intereses contrapuestos que si no logran conciliarse pueden anular cualquier esfuerzo de buena voluntad.

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