JUDAS EN DOMINGO

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Empinado sobre una loma, donde a veces la niebla sin rumbo envolvía las policromías del paisaje serrano, estaba el pueblo. Allí subían y bajaban calles por entre casas levantadas con ladrillos, adobes, piedras, tejas y soportes de madera, elemental arquitectura de paredes y techos para protegerse del frío y de tiempos soleados. El pueblo también tenía plaza Bolívar, escuela, dispensario, jefatura civil y una centenaria iglesia.

Este viejo templo parroquial era sobrio, de vestigios coloniales, con alta fachada en forma de triángulo y portones de madera entrelazados con platinas de hierro. Adentro era un rectángulo con gruesos pilares sosteniendo un techo entejado sobre listones y varas de caña brava. A la izquierda estaba la pila bautismal y más allá, desde un rincón, se elevaba una angosta escalera de tablas, interno camino que conducía a la torre del campanario, lugar de sonora convocatoria a la feligresía.

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En esta torre existía un depósito de santos retirados, figuras de mirada bondadosa con lesiones en el yeso de la cara, mutilados unos y completamente calvos otros. A ese ambiente de jubilados en ocasiones curiosos muchachos subían a verlos, a escondidas, expresando siempre máximo respeto.

Al llegar la fecha de la Semana Santa, la iglesia era el principal punto de atracción. En el altar mayor brillaban Jesús crucificado, la Patrona del pueblo y otros santos. El sacerdote, al lado de las Hijas de María y demás grupos colaboradores, confeccionaba el programa de misas y procesiones, adonde asistía la mayoría de feligreses, aunque unos acudían a recrearse en cascadas y ríos cercanos. También venía gente nativa del pueblo a reencontrarse con la familia y los amigos.

Durante esos días santos se cumplían los actos religiosos con ejemplar recogimiento, hasta la llegada del Domingo de Resurrección. Por la tarde de este día se armaba el bullicio con mucha gente que recorría las calles exhibiendo un muñeco de trapo, vestido de paltó y corbata, con una carga de triquitraques adentro. Era Judas, el discípulo traidor, a quien paseaban sobre un carro antes de llevarlo a colgar en ramas de un árbol para meterle candela.

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Antes de esta quema procedían a leer un testamento escrito en verso por espontáneos poetas locales. En ese documento, en medio de risas y aplausos, Judas señalaba a personas que heredaban sus pertenencias y cachivaches: A mi primo el incansable / dinámico diputado / ahí le dejo el chinchorro / para un reposo obligado / porque ya sufre de hernia / pues trabaja demasiado.

En estas manifestaciones también provocaban risa algunos personajes pueblerinos: Miguelorio, Pata e’ Cumbia, Juanchorrito, Capulina. Este último, en delirio de grandeza porque se creía Jefe Civil, le daba por caminar de espaldas, según expresaba: “Pa’ evitá que me tumben, que me peguen a traición”.
Y seguía andando hacia atrás, entre burlas de la gente.

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