Juan Carlos Méndez Guédez en su viaje más profundo

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Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967) vuelve su a casa venezolana por un par de semanas. Un motivo literario (la presentación de su libro Y recuerda que te espero), y los afectos familiares, lo tienen en Caracas.

Desde 1996 reside en España y si bien la distancia se cuenta en horas de vuelo y se hace evidente en la inmensa frontera marina, con cada escritura retorna, de manera insistente, a su patria pequeña (Barquisimeto), a sus olores, a sus texturas, a sus sabores. Nadie se va del todo. Es imposible la ausencia cuando se ha vivido con tanta pasión un territorio.

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“Tengo veinte años en España. Si me preguntas cómo comprendo y vivo ese tiempo te diría que con levedad. Ha sido todo como un parpadeo. En mí conviven y se mezclan la persona que vivió 28 años en Venezuela y el que ahora soy. No sé diferenciar a ambos seres; no tengo un límite preciso entre ambos tiempos y ambos espacios y sin embargo sé que son distintos. Por eso escribo siempre desde un lugar donde todo se combina y se alterna. En mis palabras, el viaje entre ambos lugares sucede continuamente porque minuto a minuto soy ese viaje, ese desdoblamiento”.

Una realidad lleva a otra. De hecho, su nuevo libro, Y recuerda que te espero, “surge un poco de esa misma movilidad, de esa confusión sabrosa que ocurre en mi cabeza. Madrid, Barquisimeto. Los años de la infancia y la juventud, los años actuales. ¿Cómo sé que no vivo en un sueño donde aquel muchacho que caminaba por la 17 para comprar en los remates del Edificio Nacional no hablaba con ese hombre que ahora vive en Madrid y que ambos discutían sobre novelas, sobre escritura, sobre platos de comida o música?

La escritura jamás intentada

Todo tiene un origen. También una consecuencia.

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Leyendo autores de libros de viajes, “una madrugada después de reuniones de trabajo en Zaragoza”, Juan Carlos Méndez Guédez  pensó antes de dormir: “Quiero intentar una escritura que nunca he intentado; quiero escribir ya no una novela o un libro de cuentos, sino un libro de viajes como los de Theroux o Leguineche o Javier Reverte o Leight Fermor”.  ¿El problema? No soy un viajero incansable, aventurero, alguien que toma notas. Soy un hombre tímido y temeroso que picotea los lugares y busca en ellos honduras, no secuencias largas ni enumeraciones precisas.

Recordé entonces una novela de Carmen Laforet donde el personaje habla de lo fantástico que sería recorrer la ciudad propia como si fuese una ciudad extraña. Comprendí que esa era la clave, que ese era el viaje más profundo que deseaba intentar, así que tomé la ciudad donde nací y la ciudad donde vivo y me inventé un personaje de ficción para que recorriese y descubriese ambas”.

Y recuerda que te espero…  es un título sugerente. Imposible olvidar que el autor está lejos de sus afectos. No  hay un atisbo de retorno. Sólo recordar que espero. Acaso, ¿qué vuelva el país al país mismo? ¿la ciudad que se «mudará»  porque ya es imposible retornar a ella?

-Es un título que ha viajado. Corresponde a unos versos de Apollinaire que me encantan. El caso es que hace más de veinticinco años escribí un cuento con ese título y nunca lo publiqué; luego coloqué ese nombre a un libro de cuentos que se publicó en España y el editor me sugirió con mucho tino que utilizásemos el nombre de uno de los relatos para nombrar ese volumen.

“El caso es que ahora supe que para este libro, al fin, el verso de Apollinaire cobrará todo su sentido, porque el protagonista de mi libro es alguien que vive entre la desesperanza y la

resistencia; entre la alegría de haber descubierto dos lugares especiales en su vida, y la fatiga de moverse por el mundo como si cada lugar fuese solo la prolongación de un aeropuerto.

Los títulos de libros se mudan, se mudan las personas, incluso se mudan las ciudades de sí mismas. Por eso la escritura intenta fijar, preservar ciertos momentos, ciertos espacios.

-Sólo algunos se marchaban. Ahora se marchan cientos. ¿Quién quedará para preservar nuestra escritura; nuestra memoria?

-La escritura, la memoria la preservarán unos y otros. Los que se quedan; los que se marchan.  Nadie está más próximo a un lugar que aquel que lo amó y decidió marcharse. Yo pienso Barquisimeto; yo pienso Caracas con un frenesí que no pueden tener quienes allí viven porque ellos tienen esos lugares en su mirada. Yo en cambio siento cada día la necesidad de reencontrar en mí esos lugares.

“Hace poco, una persona muy querida, me contaba algunas de sus imágenes y experiencias en la Barquisimeto de los años cuarenta y cincuenta, y sentí allí el escozor de historias que van a venir a mis dedos muy pronto. No importa que yo esté lejos, la ciudad ha quedado en mí, incluso la ciudad que nunca pude conocer”.

La ciudad universal

-Barquisimeto, siempre Barquisimeto en la escritura de Juan Carlos Méndez Guédez, quien gracias a su narrativa la ha convertido en un referente literario. ¿Cómo se lee en otros países el nombre de Barquisimeto y de sus personajes?

-Imposible saberlo. Quiero pensar con absoluta falta de humildad, que algunos de mis cuentos o novelas, producirán la curiosidad en ciertos lectores lejanos por saber cómo es ese lugar en el centro occidente venezolano.

“Hace años alguien, desde Italia, me dijo que Barquisimeto le parecía un nombre tan largo que había llegado a pensar que la ciudad no existía, que era como el territorio mítico donde Faulkner ubicaba sus novelas.

Lo cierto es que recordé la muy archiconocida historia de Cortázar al conocer a Salvador Garmendia. Al parecer Cortázar admitió que hasta ese momento había pensado que ese lugar no existía, que era un territorio inventado por un programa de radio que él escuchaba en Argentina.

En muchas ocasiones yo cierro los ojos y repito el nombre de la ciudad y es como un conjuro, una palabra mágica que revive demasiadas bellezas. Yo sé que la ciudad existe, pero me gusta la idea de pensar que en el fondo es un sueño y que tú y yo al conversar somos el sueño de una ciudad que nos está soñando para que la nombremos”.

-Salvador Garmendia y Rafael Cadenas son dos nombres-homenaje en este texto. ¿Cuánto de la narrativa de Garmendia y de la poesía de Cadenas hay en su escritura?

-Cadenas es la certeza de que la escritura es un modo de estar en el mundo, un modo de descifrar el misterio de lo inmediato, de lo real que nos toca y nos roza. Su poesía y sus ensayos me acompañan como una especie de susurrante sabiduría.

De Garmendia espero haber adquirido su mirada, una mirada de asombro en la que lo cotidiano se transforma, amenaza con exhibir un lado monstruoso, exagerado, impredecible.

Los leo y los releo a ambos con constancia. Creo que en el fondo, imagino que estoy con ellos en la Plaza de Altagracia intercambiando libros. Por eso una y otra vez en mis historias vuelvo a reconstruir esa escena de la juventud de ambos”.

-¿Qué significa este nuevo texto en su devenir narrativo?

Y recuerda que te espero significó para mí varios retos. Uno de ellos, escribir sobre Barquisimeto y Madrid como si nunca hubiese estado en ellas. Pero eso fue un ejercicio bello porque debí redescubrir esas ciudades, asombrarme con ellas, con sus historias, con sus edificios, con sus comidas. Por otro lado, en este libro hice algo nuevo para mí: combinar personajes reales con personajes de ficción.

“En Y recuerda que te espero el protagonista es un personaje inventado que además funciona como referencia al gran falsificador literario venezolano y autor de la letra del Alma Llanera: Bolívar Coronado. Pero aparecen personajes reales como Beatriz Pérez, Freddy Castillo Castellanos, Luis Yslas, Ernesto Pérez Zúñiga e incluso, se supone que yo soy el traductor de las páginas que sobre estas dos ciudades ha escrito el protagonista. Me agradaba la idea de mezclar el universo de las palabras con el universo tangible. El viaje del personaje no es real, pero sí lo son los espacios en que se mueve, los hechos a los que se refiere, como cuando habla de una camioneta llamada Sótera que se conducía entre Barquisimeto y El Tocuyo en los años ochenta y que conducía mi tío Floripe Guédez.

El caso es que este libro, a diferencia de mis novelas, pretende ser una fotografía real de ciertos espacios”.

“Pienso Venezuela como un cuartel”

-Y ahora, de visita en el país, ¿cómo lo medita, lo siente, lo razona, lo sufre y lo escribe?

-Un país hundido, cada vez más hundido. Orwell habría escrito una ampliación de su novela 1984 si estuviese aquí. Es asfixiante la sensación de vigilancia, de control, de miedo que se vive a cada minuto. Hasta para comprar un refresco debes identificarte, dar tus datos personales, y cada esquina es un lugar de pánico, de susto.

“Pienso Venezuela como un cuartel, un lugar donde las sonrisas, la rebeldía hermosa de los jóvenes, de los estudiantes, son una resistencia a la cursilería, a la pasión por la muerte que eructa la casta poderosa que rige este pobre país, esa casta que después de arruinarlo sólo le puede regalar consignas y reproducciones infinitas y aterradoras de los ojos de un cadáver. Creo fundamental que en Venezuela ahora se lea una novela de Tabucchi: Sostiene Pereira, y recuperemos el espíritu de ese personaje que en esas páginas está obsesionado por el afán de vivir, de amar, de sentir. Un personaje que es un contraste con el espíritu militarista y fascistoide que vivía aquella Europa, o que vive actualmente Venezuela”.

-Un «paseo» por las librerías venezolanas le permitirá dar cuenta de una variada escritura que intenta comprender lo político, lo cultural, lo social… hasta la ficción se ha convertido en un intento de comprender este país que ahora somos…

-Escribir para comprender, para iluminar, para incidir en las heridas, para nombrarlas. Me parece fundamental que la escritura intente esa comprensión y que se atreva a la dureza, al cuestionamiento. No sirve de nada engañarnos. Si este país pudo caer en manos de semejante pandilla de ignorantes, algo malo sucedía en nuestro conjunto social. Es imposible que personajes tan ignorantes, crueles e incapaces, hayan llegado a donde llegaron, cuando su destino natural era una cárcel, que es lugar donde deben estar los delincuentes.

“De todos modos, quiero destacar que está sucediendo algo muy interesante en Venezuela: los lectores venezolanos están muy conectados en este momento con sus autores. Es un fenómeno hermoso saber que Barrera Tyzska, Federico Vegas, Suniaga o Ana Teresa Torres, por citarte sólo algunos, despiertan pasiones entre el público.  Qué gusto da saber eso”.

Autor de estreno

Buenas noticias para la palabra y el mundo editorial. Y recuerda que te espero, el reciente libro de Juan Carlos Méndez Guédez, inaugura la entrada en el mercado venezolano de la editorial Madera Final.

El texto será presentado mañana, a las tres de la tarde, en la caraqueña Librería Kalathos del Centro de Arte Los Galpones. Willy McKey se encargará de la tertulia literaria. También se harán presentes los editores Rodrigo Blanco y Luis Yslas Prado.

“La historia de Y recuerda que te espero comienza en la bañera de un hotel, donde un hombre contará a su amante un viaje desencadenado a partir de dos fotografías. Panamá, Barquisimeto, Madrid, Nueva York, Caracas se convierten en los nudos geográficos de un inolvidable recorrido donde la imaginación y el recuerdo mezclan pasado y presente con nítida luminosidad para mostrar al lector que apenas somos materia del tiempo. En este relato, su autor difumina los frágiles límites entre realidad y ficción, cabalgando distintos géneros –novela, reportaje, autobiografía, crónica de viaje– para ofrecernos una rotunda exploración donde se evidencia, una vez más, que la literatura es uno de los términos con que nombramos la vida”, reseña Madera Fina desde el modo de la presentación.

Del autor

Juan Carlos Méndez Guédez es autor de las novelas Los maletines (2014); Arena negra (2013); Chulapos Mambo (2011); Tal vez la lluvia (2009); Una tarde con campanas (2004); Árbol de luna (2000); El librode Esther (1999) y Retrato de Abel con isla volcánica al fondo (1997). Su obra como cuentista comprende Ideogramas (2012); La bicicleta de Bruno (2009); Hasta luego, míster Salinger(2007); Tan nítido en el recuerdo (2001); La ciudadde arena (2000) e Historias del edificio (1994). Ha incursionado en la literatura infantil y juvenil con El abuelo de Zulaimar(2015) y Nueve mil kilómetros ytu abrazo (2006) (Reseña de la editorial Madera fina)

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