Invasion de Miranda a las costas corianas

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Durante la pasada semana, nos fue grato, dispensar una visita a la recia tierra de Paraguaná, donde nace la patria. Antes, pasamos por el encendido paisaje de brisa, cielo y mar, donde se yergue la cerviz de arena del Cabo de San Román, que se impone en la eminencia de su faro colosal e incandescente, como el más septentrional atalaya de la patria.
Suscita la más honda emoción, esta rauda visita a la Vela de Coro, contemplar el heroico conjunto arquitectónico erigido en homenaje al precursor, Generalísimo Francisco de Miranda, el más ingente paladín de la emancipación, padre y guía, en su paradigma de gloria del Continente de COLOMBEIA, a la que el Libertador antepuso el destino de “Una Nación de Republicas”, y bajo cielo reverberante, sumirnos, al deleite del paisaje marino, donde flameó primero en Venezuela, uno y trino, el Pabellón Nacional.
Sirviéndonos de la disciplina de la Geo-historia, que patentiza el valor y trascendencia de la Geografía en el valor y trascendencia de los procesos  históricos, queremos mostrar a la luz de estos específicos criterios, las significativas vinculaciones de las invasiones mirandinas a las costas de Coro, con la gente y  el paisaje larense, que tienen el glorioso privilegio de palpar todavía, la patria indeleble de las huellas de Miranda, de Sucre y de Urdaneta, vinculados por la relación directa, e inextinguibles acontecimientos ocurridos en la región en la época de la emancipación.
El 3 de marzo de 1806, Miranda ocupa la ciudad de Coro, como una de las primeras actividades revolucionarias, dicta a los pueblos de Venezuela una categórica Proclama, donde pone gran esmero en señalar las virtudes morales y civiles que inculcó en su corazón una religión santa y un código regular.
Y cuando tiene noticias, que por Cumarebo estaba en visita pastoral, el obispo de Mérida y Maracaibo, monseñor Santiago Hernández Milanés, se apresura a pedirle una amistosa conferencia para concretar los medios necesarios a la paz y unión de todos, y pudiendo estar seguros, le dice: “Que el respeto debido a su persona y a su dignidad, serán religiosamente observados por todos los individuos que componen este ejército.” El ilustre prelado respondió negativamente, protestando su invariable adhesión al monarca español.
Fue, precisamente, monseñor Hernández Milanés, quien trajo a suelo larense, la noticia de la invasión de Miranda. El obispo, de regreso inminente a su Diócesis, se había alojado en (Licua, Duaca) en la casa de Don Ramón de Álamo, y éste de inmediato, informó del asunto al cabildo neo-segoviano. Comenta el historiador Lino Iribarren Celis, que el doctor Domingo de Alvarado, a la sazón Teniente de Justicia Mayor de Barquisimeto, alistó su vecindario y a la cabeza de 1.200 hombres, provistos de víveres, algunas armas y municiones, marchó sobre Coro. La retirada estratégica de Miranda, lo obligó, sin embargo, a levantar su marcha en Siquisique y regresar a Barquisimeto.
Como prueba de la espontánea y general estimación que disfruta el generalísimo Miranda, el vocero patriota la Gaceta de Caracas, destaca: “la ansiosa y patriótica curiosidad con que Don José del Álamo, ha venido desde Barquisimeto, en una edad muy avanzada a esta capital (Caracas) con el fin de no acabar sus días, sin tener el placer de ver y conocer a un hombre, a quien todo el aparato opresor del anterior sistema, no pudo hacer odioso a sus compatriotas”.
En esta forma quedaba plenamente demostrada la intensa vocación de independencia y libertad que imperaba en la región.

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