Haras Santa Rosa

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Entre las décadas de los ’50 y los ’80 del pasado siglo 20 el hipismo en Venezuela era más que un deporte o un juego, un pasatiempo que centraba la atención de millones de personas.
En torno al 5 y 6 existía una prospera industria mediática y no había periódico o emisora de radio en el país que no dedicara espacios y tiempo preferencial para sesudos analistas que sabían desde lo que comían los caballos hasta su linaje ancestral, pasando por indagaciones profusas sobre los tiempos que marcaban los veloces equinos en los traqueos de madrugada.
El hipismo en nuestro país era noticia de primera página, dato de quirománticos, pronostico en las páginas deportivas y símbolo de éxito y prosperidad en las paginas sociales, donde propietarios de Haras y de Stud compartían sus triunfos con lo más granado de las elites económicas, políticas y sociales de Venezuela.
De esta forma el mundo hípico se convirtió en un escenario de celebridades dentro del cual jinetes y preparadores eran estrellas de la televisión y los periódicos y los propietarios de caballos miembros de un jet set cuyo mayor relumbre era fotografiarse en el paddok de ganadores con un ejemplar destacado.
Es dentro de esta panorámica de famosos y notorios que insurge un caroreño que en poco tiempo se convirtió de pequeño propietario en uno de los criadores más exitosos dentro de la industria del purasangre en Venezuela. Carlos Alberto Herrera, hijo de Carlos Herrera Zubillaga y Luz Álvarez, un matrimonio que se había hecho famoso en las ferias exposición de ganado bovino a nivel nacional debido a su insoslayable presencia como representantes del ganado tipo Carora.
Carlos Alberto Herrera funda el Haras Santa Rosa, el cual en poco tiempo se convierte en uno de los centros de cría mas prestigiosos del país y motivo de orgullo para los caroreños amantes del hipismo. Muchos fueron los clásicos y trofeos alcanzados por los caballos y yeguas nacidos en este importante núcleo equino.
Hace pocos días murió este caroreño que en su momento puso en alto el gentilicio tórrense, demostrando que no solamente en el ganado bovino el caroreño podía destacarse con éxito, sino que también en ganaderías sofisticadas como la del purasangre de carreras los nativos de Carora podían descollar con meritos y triunfos de alto nivel.
En una oportunidad le escuché a Ochita, la hermana menor de Beto, que la pasión que él tenía por los caballos le venía de lecturas profundas sobre el carácter mitológico de estos animales, a quienes los dioses habían privilegiado al hacerlos aliados del viento y por ello mensajeros del optimismo.
Pero sea cual fuere el origen de este lazo profundo que estableció Carlos Alberto Herrera por los equinos lo cierto es que fue un caroreño que le dio carta de membrecía a Carora dentro del gran escenario hípico que cubría con su influencia la vida social de los venezolanos de su época dorada. Paz a sus restos y que guitarras flamencas custodien su memoria.

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