Gente invisible

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Cuando miramos algo o a alguien, somos capaces de apreciar la presencia de otros objetos o personas que están alrededor, sin necesidad de modificar la dirección inicial de la mirada. Todos estos detalles que podemos captar simultáneamente manteniendo la fijación en un punto determinado, están comprendidos en un espacio que denominamos campo visual.
La amplitud del campo visual se mide en grados y se realiza a partir del punto de fijación. Hacia el lado nasal se extiende unos 60º, hacia el lado temporal alrededor de 90º, la porción superior se extiende alrededor de 60º, y la inferior unos 70º. Estas medidas pueden sufrir modificaciones en función de las peculiaridades anatómicas de cada cual.
La sensibilidad visual es mayor en la porción central del campo visual, este punto de máxima agudeza visual se corresponde con la fóvea que es la parte del ojo que permite la visión en detalle y va disminuyendo en la medida que se aleja de ella a zonas más periféricas
Si comparamos el campo visual con una colina situada en una isla, la porción más alta se correspondería con la fóvea y al descender hacia la orilla nos acercamos a zonas más periféricas, hasta que llegamos al mar que será el límite del campo visual. Por esta razón pequeños objetos situados sobre la cima de la colina o cerca de ella, se verán con mayor nitidez, y mientras más nos alejamos de la cima, mayor deberá ser el tamaño de los objetos, para que puedan ser percibidos.
A pesar de producirse una percepción simultánea de los objetos o de las personas en ambos campos visuales, estos se verán como únicos, gracias a la perfecta superposición de las áreas correspondientes de ambas retinas, determinando la binocularidad y la estereopsis o proceso dentro de la percepción visual que lleva a la sensación de profundidad.
Habida consideración de esta sencilla explicación de campimetría, es absolutamente imposible que no veamos a las personas que están dentro de nuestro campo visual y pretendamos sentirnos orgullosos de nuestra conciencia cuando ignoramos a quienes día a día nos tropezamos en nuestro mundo.
No son invisibles los mendigos, ni los niños de la calle, ni nadie que entra a nuestro campo visual como para ignorar su existencia y simplemente no compartir, ni mostrar amor, ni comprensión.
Que hipócritas somos cuando pretendemos ignorar a las personas que están en nuestro entorno y bajamos la mirada como para borrarlos, pero ellos y ellas siguen allí, por mucho esfuerzo que hagamos para desvanecerlos.
No es invisible la familia que necesita de nuestro apoyo, ni son invisibles nuestros compañeros de trabajo.
Queremos ser tomadas en cuenta, pero olvidamos que las demás personas también existen y sienten. Nos disfrazamos de educados y magnánimos, mientras nos falta mucho trecho por recorrer.
Que atrocidad, tenemos visión perfecta y seleccionamos a quien ver y a quien ignorar así esté delante de nuestras narices.
El mundo necesita más gente honesta y sincera. Parafraseando a John Wayne: «La ambigüedad no me gusta, ni confío en ella.»
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