Fundamentos democráticos

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Seculares aspiraciones humanas, libertad e igualdad no son dilemáticas, a menos que se las reduzca a la fuerza a tal condición. Reducción interesada, desde luego, y por eso con alta dosis de falacia. En el caso de la libertad, porque acaso importe más la de uno que la de los demás y en el de la igualdad, porque al contrario, iguales son los otros, y no uno.

Ha dicho Hanna Arendt que “El derecho a tener derechos, o el derecho de cada individuo a pertenecer a la humanidad, debería ser garantizado por la humanidad misma”. Mucho antes, nuestro Fermín Toro, había pensado que “El derecho a la igualdad se subdivide en necesario y condicional”. El primero tiene que ver con los medios para una existencia digna y es natural a ser persona. El segundo se adquiere por la capacidad de cada uno. La igualdad no es un rasero que empareja a juro y por debajo. Cada uno debe ejercer sus derechos del modo que decida y no simplemente como pueda, siempre que no agreda así a los otros o disminuya la posibilidad de los otros de ejercer los suyos. Pero es interés de todos el garantizar esa oportunidad.

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Lo mismo puede decirse del falso dilema de hierro entre colectivismo e individualismo, hay mucho más que eso. Porque no somos masa, ni somos individualidades aisladas. Somos personas, por naturaleza individuales y sociales. Entre nosotros, la solidaridad no es acatamiento a una orden por imposición legal, sino lógica consecuencia de nuestra vocación social libremente expresada.

La democracia, definió Eugene McCarthy como otras veces lo he citado y ponderado por su precisión, es una filosofía de organización social y política que da a los individuos un máximo de libertad y un máximo de responsabilidad. La democracia es una filosofía de la organización de la sociedad humana.

Bien clara tenía la diferencia Hanna Arend: “Una filosofía de la humanidad se distingue de una filosofía del hombre por su insistencia en el hecho de que no es un Hombre, hablándose a sí mismo en diálogo solitario, sino los hombres hablándose y comunicándose entre sí, los que habitan la tierra”.
No es colectivismo o individualismo, blanco o negro. Esta ya larga crisis venezolana nos ha obligado a dejar atrás de funesta despolitización, y eso es bueno. No permitamos que la feroz polarización que también nos ha traído, nos deje atrapados en la trampa de la antipolitización. La democracia, como la política misma, es cuestión de equilibrios. La desmesura no le sienta. El fanatismo la niega. La simplificación la contradice.

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La trabajosa reconstrucción de la comunidad política, el encuentro en la vigencia efectiva de la Constitución que nos libere de la “instrumentalidad” y nos ponga en la ruta necesaria hacia la institucionalidad, amerita también una nueva ciudadanía venezolana en la cual todos nos reconozcamos. Que será civil y política, tanto como económica y social, para todos por igual.

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