Fueros de la Iglesia y declaraciones del padre Chávez

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El 15 de agosto de los corrientes, día consagrado a celebrar la Asunción de María Santísima a los cielos, el reverendo sacerdote Rafael Chávez, párroco de Santa Rosa de Lima, hizo un deferente llamado a su feligresía para asistir a la Iglesia y participar en tan relevante fiesta mariana. A propósito de tan noble encargo, cónsono con su digno ministerio, hizo a los medios de comunicación social, acertadas declaraciones, que gozan, por su alcance y significación, del dominio público.
Estamos en todo de acuerdo, con este mensaje, que con mesura, analiza un aspecto palpitante de la hora actual. Goza del reconocimiento público y despierta entusiasmo cívico político, todo cuanto se refiere a la defensa y protección de la dignidad de la persona, la defensa de la Constitución y la guarda de los Derechos Humanos, el cuidado de su inviolabilidad; predicados fundamentales de la institucionalidad democrática y asiento intransferible de la democracia como único sistema político susceptible de absoluta libertad.
El reverendo Padre Chávez, comenta un acontecimiento penoso o trance fatal, de que fue víctima y puso en desbordante peligro su preciada vida, sin el debido respeto a su sagrada condición sacerdotal, en menoscabo a la dignidad de un Ministro del Señor y en ofensa imperdonable a la dignidad de la vida. El sacerdote es uno de los ornamentos, prez y blasón de la patria. La Iglesia no es adicta a los regímenes de fuerza y siempre ha estado al lado de las causas más nobles y gloriosas de la Patria. Es en el espíritu donde la patria se integra y se realiza.
El Congreso soberano de 1811, el que declaró solemnemente la Independencia de la potencia militar mayor del mundo, lo formaban 44 diputados populares, de los cuales 9, casi el 25%, eran sacerdotes, usaban hábito talar y firmaron a favor de la independencia, manos sagradas para la Iglesia por haber sido ungidas por el crisma y sagradas para la patria, por contribuir a la causa de la intransferible soberanía nacional.
La Iglesia mater et magistra, es digna del respeto de sus fueros y de su augusta dignidad institucional. Fue el Libertador el primero en establecer ese honroso proceder y en fijar una senda de respeto y avenimiento entre la Iglesia y el Estado. Entre el cayado del pastor y el bastón del magistrado. La Iglesia y la Patria. La Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y la Bandera Nacional.
El Libertador llamó a los obispos “Santos aliados de la Patria”. Dijo con énfasis: “Son nuestros vínculos sagrados con el cielo y la tierra”, dijo más en la expresión de un vivo sentimiento filial: “Los descendientes de San Pedro han sido siempre nuestros padres”. Concluyó el discurso con aquella brillante y expresiva frase, que forma un óptimo programa de gobierno constitucional y democrático: “La unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza. Nótese que Bolívar habla de “la espada de la ley”, de donde emana el alcance institucional y ético de la indestructible alianza.
La iglesia, aparece a cada instante, llenando de gloria y honor, hermosos testimonios de nuestro acontecer ciudadano. El triunfo de la Batalla de la Victoria, dice el bizarro comandante José Félix Ribas “se debe a la protección visible de la Virgen María”. A tono con sucesos afines en la Batalla de Los Horcones, que es incomparable epopeya larense, en elocuente discurso de épico acento, dice el padre Carlos Borges:
“La providencia trocó la consternación en desbordante júbilo patriótico y en profunda ufanía colectiva, cuando inesperadamente entró al templo, en compañía del párroco Carlos Felipe Abazolo, el comandante José Félix Ribas, quien al traspasar con aire marcial la puerta principal del Santuario (La Paz) fue a postrarse ante el altar mayor, donde oró con profunda reverencia y colocó en homenaje a la Virgen la espada victoriosa, recién salida de la forja homérica y trémula aún por fiebre del heroísmo (Carlos Borges, Obras Completas, pág. 484).

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