Entre el amor y el odio

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Uno de los clubes al cual pertenecemos con mayor frecuencia de contacto directo aunque de relación unidimensional es al de receptores de opinión. En este club cada quien tiene su menú con distintos emisores y jerarquizaciones. De esta forma existen personas que tienen sus economistas, analistas internacionales, siquiatras, astrólogos, médicos, periodistas, entre otras especialistas.
Y dentro del marco temático de estos lideres multidisciplinarios de opinión publica siempre ha existido un lugar para abordar las relaciones, reales y posibles entre Venezuela y Estados Unidos, país este último sobre el cual han girado las estrategias políticas nacionales desde que nos convertimos en territorio petrolero. Lamentablemente en los últimos quince años se ha enfatizado sobre la intromisión imperialista de esta gran potencia del norte entre nosotros, dejando de lado los aspectos positivos que han nutrido la sinergia binacional.
Sin ocultar injerencias infames respeto a los países latinoamericanos, confesadas por ellos mismos, no podemos dejar de admirar y respetar a esa nación que se hizo gran potencia mundial a partir de los 101 humildes colonos que desembarcaron del Mayflower y en calidoscopio afectuoso ver la cara de Abrahán Lincoln quien de leñador en Springfield se convirtió en el Presidente que derroto a los esclavistas del Sur, de  Martin Luther King y su sueño cumplido en la figura de Barak Obama, de Herman “Babe” Ruth emblema del béisbol criado en un orfanatorio, de Walt Withman con sus hojas de hierba siempre en vuelo, algunas veces montadas sobre el viento de Bob Dylan y otras en el genoma de la palabra cuando le toca el turno a Chomsky de revivirlo. Y de nombre en nombre, desde Arthur Penn y Baltimore hasta el presente en el cual necesitamos ejemplos democráticos que nos rescaten de la anomia que vivimos, porque no podemos caer en el primitivismo de derrumbar un Tótem para ser libres y luego descubrir que como en los laberintos de Jorge Luis Borges nosotros  somos nuestros propios victimarios a causa de limitantes culturales que nos hicieron transitar un desarrollo desigual respecto a los norteamericanos, para decirlo en palabras de Carlos Rangel, a quien desde hace tiempo olvidamos seguramente por las mismas razones que tampoco queremos recordar a la doctora Janet  Kelly, sin importar que sus voces tengan plena vigencia en estos momentos cuando medio país anda deprimido coqueteando con los abismos de la nada.
Urge a los venezolanos buscar lo mejor de nosotros para hacerlo bandera de lucha frente al descalabro que vivimos. En las cuentas del amor y odio con Estados Unidos, el resultado es que su modelo republicano es mejor que el sistema comunista que sirve de inspiración a quienes nos gobiernan.
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