Durante más de tres lustros fui profesor de Derecho Internacional Público en la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela, que desde 1959 tuvo siempre un cuerpo de profesores de lujo en casi todas las asignaturas. Allí se formaban los que debían conducir la política exterior e internacional del país, desde el propio Ministerio de Relaciones Exteriores o desde Embajadas y Consulados. Fundé la cátedra Aspectos prácticos de la Diplomacia.
Chávez prometió en el Ateneo de Caracas en su primer discurso como Presidente electo entregarles a los internacionalistas las relaciones exteriores del país. Pronto olvidó el propósito. Comenzó designando a José Vicente Rangel, un político avezado pero no un hombre del oficio. Declarar que no le gustaba viajar y su animosidad contra Colombia no aconsejaba su nombramiento de Canciller.
Sustituyó a Rangel, el coronel Luís Alfonso Dávila, un hombre incivilizado, con modo de patán, que hasta trasladó su dormitorio a la Casa Amarilla. Le siguieron Roy Chaderston y Alí Rodríguez Araque, el primero conocedor del medio, pero convertido en un talibán, tratando de probar en cada declaración que no era un traidor, sino un converso. El segundo, un viejo guerrillero, que sirvió para todo, desde experto petrolero hasta electricista y embajador en Cuba que no le advirtió al gobierno venezolano lo que venía.
Siguieron después los innombrables Nicolás Maduro y Elías Jaua Milano. La diplomacia no admite improvisación. Ni conocían el arte de la negociación, ni se sabían las capitales de los Estados. El primero probó que ni se sabía las capitales de su país y el segundo terminó con un contrabando de armas en Brasil y bajo la protesta del Estado brasileño por firmar convenios escondidos.
Maduro siguió la racha de Chávez, sustituyó a Jaua por Rafael Ramírez. En poco tiempo el quebrador de Pdvsa, autor del Sicad I y II, puso la torta como canciller petrolero en Viena, en el Alba y Mercosur. Demostró que un Canciller no puede ser solamente un disimulador de entuertos de su gobierno. La diplomacia es un oficio y una ciencia.
La designación de la Señora Delcy Eloina Rodríguez Gómez como ministro de Relaciones Exteriores es otra prueba del nepotismo que impera en este gobierno. Su escogencia es otra patada al oficio de internacionalista. Otra desilusión. Se trata de una advenediza que tendrá que comenzar por leerse el libro de Notas breves para un Canciller, de uno de los mejores funcionarios que ha tenido la Cancillería venezolana, el doctor Oswaldo Rodríguez Ramos, fallecido en este año. Cuando se nombra un ministro que no es conocedor del oficio lo que le espera al país serán problemas mayores.
