El fracaso del totalitarismo criollo

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Quien estudie las dictaduras, de cualquier tiempo y país, encontrará que sus prácticas sólo varían en la intensidad y la crueldad con que las aplican: el recurso a la violencia, el desprecio a la legalidad, el poder concentrado, el pensamiento único, la convicción de que el líder jamás se equivoca, el rechazo a rendir cuenta por sus acciones, a discutir los alcances, virtudes y defectos de sus políticas y la convicción de que hasta Dios está con ellos. Todo esto forma parte de un mismo perfil. La diferencia entre las dictaduras es de eficiencia, no de esencia.

A los dictadores les aterra que los ciudadanos conozcan en detalle lo que ocurre o se enteren de que otras formas de gobernar han dado mejores resultados. Tampoco quieren que el ciudadano sepa que a su alrededor hay muchos otros como él, hartos de cómo se manejan las cosas, hartos de lastrampas que les hacen para seguir “ganando” las elecciones –cuando las hay- y hartos de escuchar que el apoyo del pueblo es eterno.

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El sectarismo es su norma. Quien no esté con la causa pierde su trabajo, la beca del hijo, su pensión y el derecho a los bienes y servicios que el estado, en teoría, debe dar a todos.
A la prensa opositora se la persigue, se le niega el papel, se le ponen bombas, se agrede a sus periodistas, y se los obliga a exilarse. A los líderes de la oposición se les agrede y levantan juicios amañados o se les encierra por tiempo indefinido.

Tras 16 años de experiencia revolucionaria, los chavistas están descubriendo que sus líderes no saben de economía básica. Están enterándose que la ética bolivariana resultó en una robadera, que la Pdvsa “del pueblo” ahora es de sus acreedores; que los experimentos de gobierno obrero en Guayana convirtieron las industrias en un montón de chatarra; que Agroisleña funcionó bien hasta que la convirtieron en Agropatria; que Lácteos Los Andes, que antes envasaba leche nacional, ahora la trae ya envasada para felicidad de la agroindustria nicaragüense. Y para más rrabia de los chavistas que aún no han aprendido nada, es evidente que las industrias que siguen productivas son precisamente las que no han expropiado. ¿Puede alguien imaginarse que ocurrirá si deciden tomar la Polar?

Siguen con su viejo jueguito de negarlo todo: la inseguridad primero fue declarada como inexistente, luego como una “sensación mediática”, más tarde como provocada por paramilitares colombianos y ahora ya ni la mencionan. En su momento los apagones fueron un asunto de iguanas. Ahora la escasez es “un chisme” de los medios.
Al ritmo que vamos pronto empezaremos a matarnos por una lata de sardinas.

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