El ex “bravo pueblo”

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El martes de la semana pasada tuve el honor de recibir un correo de la profesora Rebecca Beke sobre mi artículo de la semana pasada. Dice así: “leí tu artículo de esta semana sobre la estupidez. Esto es lo peor de todo. Tengo un aviso frente a mi escritorio en el postgrado y refleja el grado de tolerancia que tengo de la estupidez. Dice así: «I wouldn’t need to manage my anger if people could learn to manage their stupidity» (“no necesitaría administrar mi rabia si la gente supiera administrar su estupidez”).
No sé si has leído el libro «¡Tierra! ¡Tierra!” de Sandor Marai. Es autobiográfico. Y cuenta que cuando volvió a Hungría después de haberse ido en la época del comunismo, lo que más le molestaba no era ni siquiera la violencia, sino la estupidez humana.
Te copio aquí otro pasaje que me parece tan increíble porque, no importan los años que han pasado, el ser humano no aprende:
“Sin embargo, existía algo más importante que el empleo o el pan. Hay algo que, en una situación de peligro, es más importante para la mayoría de la gente que cualquier otra cosa que se pueda perder en una gran prueba: la autoestima. Después de tanta mentira y de tanta comedia barata, los ciudadanos eran capaces de percibir la realidad: la amenaza de que los querían obligar a aceptar algo en lo que no creían. Querían obligarlos a aceptar con sinceridad algo que ellos despreciaban. Querían arrebatarles el único atributo humano que todavía les quedaba, algo más importante que la posición social, el bienestar individual o la carrera laboral: el derecho a ser personas con convicciones propias, personas constructoras de la sociedad a la que pertenecían…
En última instancia, los nazis se contentaron con “poco”: la aniquilación física de sus víctimas. Los comunistas querían otra cosa, querían algo más: exigían que la víctima se mantuviera con vida y que festejara y celebrara el régimen que estaba aniquilando su conciencia y amor propio” (Circa 1966).
Creo que la elocuencia de Marai es insuperable…”
Cuando mis alumnos me preguntan por qué los judíos europeos no huyeron cuando comenzó la razzia nazi, les respondo lo mismo que el repetidísimo cuento de la rana que hemos escuchado tantas veces en Venezuela en los últimos años: los judíos no fueron enviados a campos de exterminio de una vez. Los nazis se cuidaron de cumplir a cabalidad con lo que se habían propuesto hacer: primero cambiaron las leyes para que todo tuviera un marco “legal” (recomiendo leer la magnífica traducción del libro de Ingo Müller “Los juristas del horror” que hizo Carlos Armando Figueredo). Luego obligaron a todos los judíos a llevar una Estrella de David cosida a su ropa en un lugar visible. Más tarde los llevaron a guetos. De ahí a campos de trabajo y finalmente a campos de exterminio. ¿Suena conocido?…
Hay otro tema a tomar en cuenta en este tema de la aniquilación de la conciencia y el amor propio, que es el de la autoestima. Dicen que los venezolanos somos “uno de los pueblos más felices del mundo”, porque a la pregunta de “¿se considera usted feliz?”, un alto porcentaje responde que sí. Pero tal vez eso tenga que ver más que con la felicidad, con una baja autoestima que hace que nos conformemos “con lo que haya”.
Ese venezolano lúcido que fue Don Pedro Mendoza Goiticoa escribió en 2008: “algunos consideran que, cuando se afirma «Dios es venezolano» es un caso de sobreestimación. No, es un caso de subestimación. El venezolano se considera incapaz para resolver sus problemas, es una confesión absurda de desconfianza en sí mismo, y ante esa situación recurre a otro para que le solucione su problema, en este caso Dios, y para comprometerlo aún más, le otorgamos la nacionalidad venezolana…»
Yo creo que la elocuencia de la carta de la Profesora Beke es también insuperable y pone los pelos de punta. El “bravo pueblo” que una vez fuimos (porque ahora somos otra cosa) se está dejando arrebatar su esencia, sus ideas, sus convicciones. Muchos ya han renunciado a su autoestima… ¿qué más nos falta por perder?…

@cjaimesb

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