El día después

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La próxima estación del largo vía crucis venezolano serán las elecciones legislativas pautadas el 6 de diciembre. Faltan menos de 100 días y estamos de nuevo sumergidos en una hora loca de conjeturas: Que si se postergarán. Que si habrá fraude colosal. Que si viene una salida extra-constitucional. Que si la oposición arrasa responderán con violencia.

¿Cómo amanecerá el próximo 7 de diciembre? Probablemente, a juzgar por el pasado, en vigilia, angustia, é incertidumbre, con cada lado cantando victoria, mientras autoridades digieren y procuran amortiguar resultados.

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Nadie debe suponer que a la mañana siguiente se pasará un «suiche» y todo amanecerá color de rosa, aún cuando salgan bien las votaciones. Quien vive de ilusiones muere de desengaño.

Quedará un inconmensurable daño económico, político, social e institucional que no va a desaparecer con apenas un arranque de euforia.

Quedarán -aunque muy disminuidas- las increíblemente irresponsables y rabiosas fuerzas que han hundido a toda una nación.

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Quedará el importante segmento mendicante habituado a vivir de las dádivas y limosnas de un Estado manirroto, ineficiente y corrupto hasta la médula.

Quedarán bien armadas bandas criminales que -en estrecha relación con el narcotráfico- azotan a toda la sociedad.

Quedarán otros poderes, dominados y sometidos a los dictámenes de un partido que ha sido subversivo aún estando en el poder.

Quedará una nueva casta castrense habituada a decidir, intervenir y trabajar para determinada facción política.

Como si todo fuera poco, la avalancha económica – lejos de ceder – estará azotando con aún más fuerza. De aquí a diciembre el actual desastre podría estar llegando a niveles de hecatombe.

El régimen fracasó, haga lo que haga, y peor le irá si da una patada a la lámpara y abre una nueva caja de Pandora.

Ante semejante cuadro, un régimen sensato estaría desesperado por compartir lo que equivale a un «paquete chileno», con otros que también carguen con la resaca de tres lustros demencialmente descontrolados.

Compartir responsabilidades con una Asamblea electa democráticamente podría ser el menor de sus males y quizás les daría oxígeno para un nuevo «inning» político. Es la única manera en que algunos de los hoy «todopoderosos» puedan formar parte del próximo capítulo de una deprimente telenovela. ¿Lo entenderán?
¿Surgirá un destello de sensatez entre facciones que componen una abigarrada coalición? ¿O prevalecerá el interés de enchufados y la mala conciencia de ese puñado con causas pendientes? Manténganse sintonizados… y a votar se ha dicho.

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