El desprestigio

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Sigue el desprestigio del régimen en el mundo. Los únicos que parecen no advertirlo son los venezolanos. Padecen de ceguera, el país se hunde cada minuto por todos los costados.

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El Presidente Humala le reclama a la opinión pública internacional ocuparse de los presos políticos de Venezuela, que están en las mazmorras. El presidente Santos de Colombia celebra la rectificación del decreto de Maduro y con sorna dice que es producto del “diálogo y la diplomacia”, para no hablar de presión. En efecto, Maduro debió rectificar el decreto sobre zonas operativas de defensa marítima e insular. No sabe que “para ser primero, hay que ser el último en hablar”.

No ha pasado un mes de la bochornosa intervención en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, de la sumisa fiscal Luisa Ortega Díaz sobre el caso de la jueza Afiuni. Caliente está aún en las primeras páginas de los diarios del mundo, la denuncia sobre narcotráfico hecha sobre el Presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello. Todos saben que gracias a la huelga de hambre de Leopoldo López y Daniel Ceballos, Tibisay Lucena se vio obligada a dar la fecha de las elecciones parlamentarias.

Los atropellos a expresidentes, senadores, premios nobel, practicados por el propio gobierno venezolano o por sus colectivos acrecientan el descredito de la dictadura del Nicolato. Aquí se aplica aquello de Blaise Pascal “Estamos gobernados más por el capricho que por la razón”. No puede esperarse otra cosa como consecuencia del desprestigio internacional de Venezuela, si se sabe que en estos años de chavismo hemos tenido una Cancillería en manos de improvisados, cínicos, coronelotes, choferes de autobús, corre caminos y traidores a la patria.

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A todo ello se suman los arbitrajes perdidos, la falta de inversiones extrajeras por falta de seguridad jurídica, las condenas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por la falta de libertad de prensa y ataques a los periodistas, los desatinos de los diplomáticos venezolanos en varios países, los sobrepagos dados a empresas extranjeras en evidente corrupción y la cantidad de exiliados y emigrados de Venezuela por la grave situación económica.

Hemos pagado muy caro el “laissez faire, laissez passer”. Le permitimos a Chávez que cambiara el escudo, la bandera, la moneda, el panteón nacional, que regalara el dinero de los venezolanos, que le quitara al cargo de presidente la majestad de la cual debe estar revestido el oficio. Y entonces padecemos esta omisión “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena” decía Martín Luther King.
Ese individualismo, el colaboracionismo, esa riqueza de los bolsillos, perdió a la nación venezolana que no ha denunciado con fuerza a un régimen de apariencias democráticas sostenido por un militarismo corrompido. Un nuevo liderazgo debe conducir a la recuperación del país. La esperanza es lo último que se pierde.

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