El buen hijo vuelve a casa

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Como un indescriptible y recíproco homenaje puede calificarse el concierto protagonizado por Gustavo Dudamel y los más de 500 músicos que colmaron el Gran Salón Italia del Club Ítalo Venezolano en ocasión del 50 aniversario del Colegio San Pedro.

Esta gala dorada, tal y como fue titulada, reunió a unas 1.500 almas entre docentes de la institución, invitados especiales, padres y representantes.

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Mucho antes de las 6:00 de la tarde, hora del concierto, una larguísima fila de concurrentes, advertía un festín musical a sala llena, un genuino reencuentro entre el hoy ya hombre Gustavo Dudamel y los profesores que lo recibieron tiempo atrás cuando apenas era un niño.

La emoción podía palparse en los rostros de quienes fueron guías del músico barquisimetano.
«Sólo con lágrimas puedo expresar lo que siento», aseguró la maestra de kinder de Dudamel. Esta expresión se repetía en el resto de los educadores. A las 7:00 de la noche María Isabel Salas, administradora del Colegio San Pedro, ofreció las palabras de bienvenida a la audiencia.

“Esto es un sueño hecho realidad. Una vez le dijimos a Gustavo que si nos podía regalar el concierto por los 50 años del colegio. Aquí lo tenemos, cumplió”. Es muy difícil, prosiguió, determinar quién le rinde homenaje a quién. Gustavo está aquí para rendirle tributo a sus maestros y al mismo tiempo, nosotros lo reconocemos.

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Un grano de mostaza

Dudamel, expresó el padre Lorenzo Rizzolo, fue esa semilla, ese grano de mostaza que echó raíces en el colegio, lo hizo con alegría y satisfacción.

“Esa semilla se convirtió en un árbol frondoso, fruto para el mundo entero, eso es nuestro Gustavo Dudamel. Estamos muy felices porque desde niño asimiló la filosofía del Colegio San Pedro. Como San Pedrista Gustavo ha entregado su vida, no por un interés personal, sino por el arte, porque él está al servicio de la paz, el entendimiento, la armonía y unidad de los pueblo”.

La pirotécnica batuta de Dudamel

Pasadas las 7:10 de la noche el escenario estaba casi repleto. En pleno se encontraban la Orquesta Sinfónica de Lara, la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara, la Coral Nacional Juvenil Simón Bolívar y el Coro Sinfónico Juvenil de Lara.

Segundos más tarde, el maestro Tarcisio Barreto arribó al plato en su papel de concertino. Como ocurrió con los músicos de las orquestas y coros, un gran aplauso recibió al director de la Sinfónica de Lara.

El corazón le saltó a más de uno cuando apareció Dudamel, quien tras un menudo saludo, subió al podio para dirigir la tragedia lírica Nabucco del compositor italiano Giuseppe Verdi. Es de mencionar que este año se celebra el bicentenario del nacimiento de Verdi.

El genio de la batuta siguió coloreando la atmósfera con Aída, Marcha Triunfal de Verdi.
La complicidad implícita, las elocuentes señas tras cada ejecución, las miradas detenidas, suspendidas, esa sincera comunión entre el director y los músicos, caracterizaron esta pirotecnia melodiosa, tan perfectamente acompañada por los coros.

Decidí ser un loco

Sorpresivamente, Dudamel rompió el protocolo para dirigirse a la audiencia. Aunque dejó claro que no le gusta hablar ni antes, durante o después de los conciertos, tomó el micrófono para hablar extendidamente sobre su paso por el colegio.

“Tenía tiempo que no venía a Barquisimeto, por tantos compromisos, por esa marea que lo lleva a uno. Yo decidí nadar en ese maravilloso mundo de la música”.
Confesó su nostalgia al mirar las fotos de su paso por el colegio.

“Fui un estudiante más. Casi me salté el bachillerato por los viajes con la orquesta. El colegio sufrió las circunstancias de todos esos viajes. Mi mujer piensa que estoy loco porque eso me hizo amar más a mi colegio. El final fue duro, pero lo logramos”, rió. Me encanta, dijo, compartir este momento con mi familia San Pedrista. La música es un arte que al fin y al cabo es belleza en todas vertientes, subjetiva, alegre para unos, triste para otros.

“Los músicos no estamos locos, vivimos de una inspiración permanente. Cada vez me siento más San Pedrista, más barquisimetano, más del Sistema, más tocar y luchar. Soy músico, esa es mi esencia. Decidí ser un loco más porque la música es el alimento del alma”, sonrió.
Contó que el padre Lorenzo lo regañaba mucho por llegar tarde.

“Me siento muy nostálgico, estoy con todos mis maestros y están igualitos”.
Brevemente se giró y miró a los músicos, queriendo aconsejarlos les dijo “si no luchamos, la vida no tiene sentido.

El maestro Abreu dice que si no estás abajo es imposible llegar a la cima”. Finalmente, prometió volver al “cole”.

“Este concierto es para ustedes en agradecimiento por todo lo que me dieron, espero volver, que Dios me dé vida y camino para presenciar una clase, pero sin Química”.

Luego de escucharlo durante 15 minutos, empuñó su varilla para dirigir la delirante Cantata Criolla de Antonio Estévez, poema de Alberto Arvelo Torrealba, Florentino, el que cantó con el Diablo. Sencillamente monumental.

Idwer Álvarez hizo de Florentino y Gaspar Colón personificó al Diablo. Ambos en una regia actuación. Siete minutos de aplausos cerraron este vibrante espectáculo pasadas las 8:35 de la noche.

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