Dios está dormido

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En Venezuela están sucediendo tantos acontecimientos trágicos que da vértigo. Tenemos una inmensa carencia de productos básicos para la vida: de alimentos, de limpieza para el hogar, para la persona, afeites, medicamentos, repuestos para toda suerte de aparatos, sean electro-domésticos, ascensores, tuberías o vehículos. La lista es larga como muy largas también las carreras y las colas para alcanzar algunos, cuando avisan que llegaron aquí o allá. Sin embargo, tenemos una innegable superabundancia: la sangre derramada. Y no es para estar orgullosos.

Hay como dos Venezuela: una que celebra alegre bodas, bautizos, primeras comuniones, cumpleaños, eventos deportivos, concursos de belleza, desfiles de modas, bazares, bingos, fiestas patronales… y otra que llora en la morgue y en los cementerios. No es justo que unos rían tanto mientras otros -quizás una mayoría- están bañados en llanto clamando justicia sin ser escuchados. Y no es que la muerte no sea algo natural que todos vamos a sufrir y aceptar, sin interrumpir la felicidad ajena que celebra algo, sino que ésta se presenta hoy con un baño de sangre en las calles y en las casas, en forma de asesinatos desalmados, ensañados en las víctimas hasta destrozarlas con una intención que sólo cabe calificar de satánica. ¿Qué nos está pasando, por Dios?

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¿Nos alcanza esa ola demoníaca que inunda a África y al Oriente por odios étnicos y religiosos, con muestras hasta televisadas de degollamiento de seres inocentes? No puede ser humano el victimario que fríamente hunde el cuchillo en la garganta de otro, pero no sólo él, ¿es que puede serlo a quien no le tiembla la mano al sostener la cámara para grabar la masacre?

Los propietarios y pilotos de aviones para la fumigación de todo el mundo deben unirse, llenar sus tanques de agua bendita y salir a rociar ésta sobre ciudades, pueblos, aldeas, praderas, llanos, montañas, playas, bosques y selvas.

Dios parece dormido en su barca mientras ésta se agita en la tempestad del horror. Tenemos que despertarlo antes de que el odio, la venganza, la saña y el sadismo acaben con nosotros, ¿cómo? Con toda nuestra fuerza, convicción y amor, con hechos, no sólo con palabras… ¡vamos a impetrar su misericordia!

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