Ni república, ni revolución. Al final el chavismo no se tradujo en nada, más allá de un saqueo colectivo que hoy tiene literalmente en ruinas al país. Los nuevos ricos socialistas venezolanos son ya famosos en todo el mundo por sus cuentas en paraísos fiscales como es el caso de Andorra. Millonarios rojos rojitos como el autor de esa frase que viven como jeques en el primer mundo mientras que aquí en la patria de Bolívar la gente no consigue como limpiarse lo más íntimo de su ser. Las nuevas generaciones de enchufados se parecen mucho más a las Kardashians que al Che, mientras que el “hombre nuevo” se debate entre pran y bachaquero.
El daño ya no es solo político y económico, sino social y cultural que es el más difícil de subsanar. El trabajo no paga, no es negocio, solo te condena al empobrecimiento. Mejor es pasar el día en una cola de un abasto o en un banco estatal para conseguir la ración de patria que ese día toque. La gente vive del subsidio, incapaz ya de progresar por sus propios méritos, anotado en una lista o con un número en la mano esperando su turno. Es la “Patria Bachaquera”, esa obra en la que derivó aquel socialismo del siglo 21 que fue anunciado bajo el grito de “exprópiese”, cuyo eco aún retumba. Dieciséis años después el socialismo no produce nada y lo confisca todo. Pronto no habrá nada que repartir.
Un carro nuevo cuesta un monto equivalente a mil salarios mínimos juntos, o sea, más de ochenta años de trabajo ininterrumpidos, mientras que un teléfono inteligente vale un año completo. Y no es guerra económica, el dólar de Maduro, el Simadi, ya va por Bs. 200, lo que representa un aumento de 500% en relación con el 4,30 de hace apenas tres años. Nada más vendiendo en Simadi 500 dólares obtenidos por el cupo de viajero, se obtiene una ganancia neta de Bs. 80.000, un año completo de salario. Por eso es que ahora comenzó el bachaqueo de tarjetas de crédito en la banca pública. Es el sistema el culpable de todos los males, pero a la vez es el sistema el que salva a la gente. Una paradoja que parece ser entendida por las mentes más macabras del régimen, a las que poco les importa ver a todo un pueblo haciendo cola para subsistir. Dedicar la vida a comprar comida y bienes de primera necesidad es quizá la esclavitud más grotesca. Venezuela toda es ya un gran campo de concentración. Y el que se queje va preso.
El modelo colapsó y Maduro decidió profundizarlo con lo cual está terminando de hundir al país. Son demasiadas las mafias que se benefician de este desastre y no hay liderazgo en las filas rojas como para rectificar de rumbo. “El que tenga ojos que vea” decía mucho el difunto citando la Biblia. Su fracaso ahora está a la vista de todos.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
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