Desección de un patán

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Es posible que ponernos de acuerdo sobre una jerarquización y conceptualización de los problemas que hoy por hoy aplastan al venezolano sea una tarea relativamente compleja. Existe conciencia de cuáles son, pero las discrepancias sobre la incidencia y gravedad de los mismos fluctúa en rangos muy disímiles. Pero mas allá de ese plano, otros ángulos nos insinúan escenarios aún mas ominosos. Hay superposiciones  escondidas que no llegamos a valorar por aquello de la urgencia y la importancia: son los daños que se expresan en conductas psicóticas y deformaciones psicosociales que imperceptiblemente se han extendido como una metástasis cultural preconizada desde el Poder. Dediquemos estas líneas focalizar un plano de esa compleja problemática y conversemos sobre los patanes.
Necesariamente debemos conjeturar sobre los orígenes. Su nacimiento y desarrollo en la política, pero especialmente en el accionar del Poder, tiene que ver con el sálvese quien pueda a cualquier costo. Su ruta en la vida y por ende en el universo del zoon politikon, es un radiografía de lo que conoció en su fase de elaboración como ser humano: actividad con gríngolas, motivación por la bajeza y el resentimiento, atropellando y mancillando al resto sin que ese resto le importe algo.
El político patán, ese a quien el carrusel del albur llevó a recorrer pasillos del Poder que antes transitó coleto en mano, no ve mas allá de sus zapatos. Trastabilla consigo mismo y cae al piso por atar uno con el otro. Es un corredor consuetudinario hacia el punto ciego donde cree encontrará el nivel de reafirmación que le permitirá soslayar sus inconmensurables carencias; ese que en esencia es la paradójica órbita de un egocentrismo que maquilla a la escoria. Está convencido de que todo es válido para subsistir. No entiende, ni puede entender, que la simulación, la provocación y la burla son armas que se vuelcan contra si en un juego que enseña, con multitud de ejemplos, el valor del largo plazo. Toma la palabra, se ahoga en dislates y  nada tiene sentido. Ni él mismo sabe lo que va a hacer en esa búsqueda absurda de apropiarse del escenario todo el tiempo.
Por supuesto, es bocón. Considera que a partir de sus palabras puede cambiar el universo de lo que ya fue escrito. Toma un micrófono y desafía, agravia, insulta, pero su flatulencia verbal solo esconde el miedo. El balbuceo repetitivo lo hunde en la ciénaga de esa cobardía intrínseca que caracteriza los seres a medio hacer. Busca seguridades en ojos y gestos en los que realmente teme la burla recóndita. Pero aún así, envuelto en su caparazón de idiotez dosificada , el patán sonríe y baila porque no sabe hasta cuando podrá hacerlo.
A estas alturas, respetado lector, podremos haber arribado a una percepción bastante valedera: la estupidez es el género y la patanería es la especie. Por eso alguien dijo que ella, la estupidez, siempre se coloca en primera fila para que la vean.

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