Del Guaire al Turbio – Orinoco mágico

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Por higiene mental salgo de la onda política y voy hacia el pasado. Los buenos recuerdos ahuyentan los temores de hoy. Me siento libre. Escojo el Orinoco, nuestra hidro-aorta fundamental, como médula de mis recuerdos. He estado sobre sus aguas marrones varias veces, desde mi niñez hasta la bien entrada madurez.
A fines de 1932, la familia Álamo Bartolomé, salvo Beatriz, que no había nacido, voló desde Maracay a Ciudad Bolívar en un avión francés y piloto igual de la I Guerra Mundial. Papá había sido nombrado presidente de ese estado. Copábamos el pequeño avión. No vi el río si volamos sobre él, el mareo era tan grande que mi encuentro tuvo que ser después en tierra, en Angostura. Si ese inmenso cauce está allí en su momento más estrecho y muy a lo lejos se ve en el horizonte la población de Soledad, ya se puedo uno imaginar lo que será en su mayor anchura. En esa época no se metía ni un dedo en el agua del río, poblada de caimanes y de temibles peces caribes y tembladores. Las lagunas dejadas después de sus crecidas se llenaban de larvas. El paludismo y la tifoidea campeaban en Ciudad Bolívar. La casa presidencial, frente a la plaza Bolívar, tenía en el medio de un segundo patio la casita donde el Gral. Piar pasó sus últimas horas de vida. De noche me daba pánico estar cerca.
Pasados los meses “frescos” regresó parte de la familia navegando en el vapor fluvial, el Delta, hasta Trinidad. Allí se cambiaba a barco de mar hasta llegar a La Guaira. Me impresionaron los indios, adultos y niños, saliendo en curiara de sus palafitos en los caños para recibir la nave desde donde les lanzaban latas de galletas y otros víveres que diestramente pescaban en el río. A fines de 1933 hicimos el mismo viaje pero en sentido contrario: La Guaira-Trinidad-Ciudad Bolívar. En la isla mamá hacía compras, conservamos un bonito baúl chino tallado de madera de sándalo. En  este recorrido conocí a un joven empleado administrativo del Delta, muy guapo y muy simpático, nos enseñaba juegos y trucos con las cartas: ¡el futuro temible Pedro Estrada!  La travesía pudo terminar en drama, pero se revertió en tragedia sobre Timoteo Flores y sus compañeros: se ahogaron persiguiendo el barco que pasó adelantado. Lo esperaban en un caño para apoderarse de la familia del presidente del estado y obligarlo a entregar Ciudad Bolívar.
Volví a navegar el Orinoco, Puerto Ordaz-Güiria, en el yate de la Orinoco Mining cuando participé en la planificación del desarrollo urbano de la zona. Una vez más La Guaira-Puerto Ordaz-La Guaira, en 1983. Una compañía italiana de cruceros por el Caribe, hizo varios en esta vía, para compensar las pérdidas por la devaluación del bolívar. Obtuvo el permiso siempre que empleara productos venezolanos. Una grata excursión con todos los atractivos de los cruceros caribeños.
Navegar por la arteria vital de nuestro sistema fluvial siempre me hizo sentir como si me internara en las entrañas de la patria. Una vez no lo navegué: un piloto audaz nos llevó un buen rato casi a ras con el agua. Sensación de peligro y paradójicamente de paz, de alegría. Hay un aliento mágico que se desprende de nuestro soberbio río, inunda y embriaga. Reflejo vago del encuentro con Dios.

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