Del Guaire al Turbio – Francisco, el pedigüeño

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He quedado agotada con el viaje del Papa a dos países opuestos de nuestro continente. Ni que hubiese formado parte de su comitiva. Es más, ni siquiera lo acompañé todo el tiempo por la TV, sólo las tardes y eso sobre todo en Nueva York y Filadelfia. Sin embargo, estas experiencias impactantes y emotivas me dejaron exhausta. Quizás yo tenga una capacidad de entusiasmo mayor que en otras personas, quizás mi invencible optimismo como igualmente mi negación al escepticismo, me den más captación positiva y gozosa. Vibro de emoción, de alegría y también lloro porque me conmuevo. Las lágrimas son una respuesta a las conmociones del alma, sean de dolor o de felicidad. Probablemente para muchos soy una equivocación. ¡Gracias por ésta, Dios mío, porque he vivido con brío y esperanza! ¿Qué importa entonces mi error, si no me abate ni me hace un ser negativo, sino todo lo contrario? El exabrupto de este preámbulo es para quienes no logran comprenderme.

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El Sumo Pontífice, sea quien sea, es hoy un fenómeno mediático. La máxima cabeza de la Iglesia Católica sale ahora del Vaticano, va en visita pastoral por el mundo entero y no deja indiferente a nadie, sea creyente o no creyente, cristiano o no, de religión pagana o ateo. Por más o menos un siglo los papas estuvieron como prisioneros de la fe en el Estado Vaticano. Pío XI sólo salió para firmar el Tratado de Letrán; Pío XII, para atender las víctimas del bombardeo a un barrio de obreros en Roma, con su sangre se manchó la sotana blanca; pidió y lo oyeron, la salvación de la ciudad. Fue Pablo VI el primero que abrió las puertas para ir hacia el mundo. Desde entonces los papas son peregrinos al encuentro con todas las ovejas, fieles o no, dispersas por el planeta. Incansable viajando por todos los continentes durante su largo pontificado, san Juan Pablo II; en el corto suyo, Benedicto XVI, intenso y fructífero en sus desplazamientos; y ahora Francisco, sorprendente y atrayente, todavía en incógnita su itinerario futuro, pero estamos viendo su triunfal preludio.

Francisco habla con dejo argentino, suave y pausadamente, como si fuera a decir poco y, ¡no hay tema que no toque! ¡Miren eso de hablar en contra de las ideologías como responsables de las dictaduras en plena Plaza de la Revolución cubana, perfecto ejemplo de la perversión ideológica que gestó más de 50 años de tiranía! Y en las narices de su autor, a quien visitó como oveja perdida, para escándalo de los intransigentes, que no entienden nada de la esencia del cristianismo. En el Congreso de los EE.UU. y en la ONU, el finísimo bisturí de diamante del tacto de Francisco penetró en cada llaga: el respeto a la vida, la apertura a los desplazados, la explotación de las riquezas, la pena de muerte, le defensa de la familia, no le quedó nada en el tintero… pero todo lo dijo sin acidez, sólo con dulzura.

Sin embargo, lo que más me tocó el corazón es que, si bien Francisco vino a dar y enseñar tanto en cuanto a doctrina, preocupación por el planeta, por la vida en todas sus manifestaciones y el crecimiento espiritual, al final de cada jornada se borraba como líder, se empequeñecía, se volvía un pordiosero, un pedigüeño cualquiera y rogaba humildemente: “Recen un poquito por mí”.

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