Del Guaire al Turbio – De la felicidad

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Entre mis recuerdos vagos está el cuento de un rey que quería tener la camisa de un hombre completamente feliz. Sus emisarios se esparcieron por el reino en busca de esa rara avis y todos regresaban decepcionados: no encontraban a nadie que se confesara completamente feliz ni en las clases altas o las bajas, los ricos o los pobres. Por fin uno, que no desesperó en la búsqueda, lo encontró, ¡pero el hombre no tenía camisa!

Es que la felicidad no está en poseer sino en ser. La felicidad es una conquista personal ajena a las circunstancias externas. No depende de un si condicional: si yo fuera… si yo tuviera… si pudiera hacer… si pudiera irme… si pudiera quedarme… si fuera posible… si alguien me amara… Esa colección de sies es una cadena al cuello, quitan la libertad de ser, de actuar, de vivir. Los que creen en la felicidad de tenerlo todo revisen vidas ajenas como la de Howard Hughes: inteligente, creativo, audaz, amado y millonario. Terminó encerrado solo en un cuarto, desnudo, temiendo que algo pudiera infectarlo, hasta la ropa. Barbara Hutton, como hija única, heredó una fortuna inconmensurable que dilapidó en 47 años, sobre todo comprando maridos, tuvo siete y no fue feliz con ninguno. En sus últimos años era un esqueleto, no caminaba, la cargaba el último esposo de turno.
Murió sólo acompañada por uno de sus ex, el mejor de todos que no supo apreciar: el actor Cary Grant. Aristóteles Onassis, el multimillonario griego, dejó a su esposa, de quien tuvo dos hijos, el varón murió trágicamente a los 23 años, la hija lo desafiaba y también terminó mal. Le quitó la esposa a Giovanni Meneghini, nada menos que la famosa cantante María Callas, a la cual destruyó porque no se casó con ella sino con Jacqueline Bouvier, la viuda de John Kennedy, quien lo dejó morir solo en un hospital de París. Tres ejemplos al azar que materialmente lo tuvieron todo menos la felicidad. Y nosotros, ¿qué andamos buscando? ¿Qué quimeras se nos vienen a la mente rastreándola? Pura pérdida de tiempo, sólo hay una manera de ser feliz: encarar nuestra realidad. La aceptamos o tratamos de cambiarla si no nos gusta. Lamentarse sin actuar es cobardía y comodidad. Cada uno de nosotros tiene una misión en esta vida, para unos será heroica, para otros menos, pero en cualquiera de los casos es la voluntad de Dios que da a cada quien su puesto en su plan de redención. En la gran crisis que vive nuestro país no dejemos escapar la felicidad personal que consiste en cumplir con alegría esa misión, sea en la vida familiar, social, profesional o en la pasividad orante de los enfermos, impedidos y ancianos. Todos, desde el puesto y las posibilidades que nos toque, podemos mejorar nuestra nación y el mundo. Haciéndolo a conciencia alcanzaremos esa ansiada felicidad.

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