A veces al resplandor de una honda reflexión, que percibimos a la hora del éxtasis, o en cualquier momento de pensar y hacer, cruza por la mente, la angustiosa obsesión: cuando nace la Revolución? La revolución nació en mentes de hombres civiles, venezolanos, que recibieron un mandato del pueblo, haciendo cabal ejercicio del principio de soberanía inalienable, lo transfirieron a sus legítimos representantes, para realizar los atributos de un poder libre y autónomo.
Esos eminentes legisladores natos del pueblo, que protagonizaron con su mandato la creación del Estado, recibieron el influjo espiritual y político de ese universal movimiento de las ideas, que fue la Revolución Francesa, Las Luces de la Ilustración y los principios del Racionalismo de su tiempo.
Como en toda Revolución, la que estalla en Caracas, el 19 de abril de 1.810, fecha inicial de nuestra emancipación política, la forman tres grupos, compactos y heterogéneos: el grupo de los inmóviles, que creía ciertamente que deben formar el cuerpo conservador de Fernando VII. Segundo el de los tranquilos juristas, que estando de acuerdo con los deseos, que éstos se realicen de manera prudente y tercero, el de los revolucionarios, los que quieren arrancar de raíz el pasado y crear un nuevo orden y estado de cosas. De esta manera se ha planteado el mayor conflicto conocido en nuestra Historia.
Es por eso, por lo que, a la sombra de nuestra Historia, el Congreso que agrupa inmóviles, prudentes y radicales y la Junta Patriótica que preside por la solemnidad de la persona de Miranda, se forman los tres primeros grupos de nuestra organización política y democrática.
Así tenemos los dos grupos de opinión que se refrendan en el país, antes que comience el fragor del drama de las armas. Bajo el influjo de la Sociedad Patriótica, sus elocuentes y jóvenes paladines, surgen los discursos y barras y la profusión de ideas propias de los regímenes democráticos.
Desde el año de 1.808, ya Caracas posee Imprenta, regida por su más capaz hombre de letras: el humanista Andrés Bello. Una Gaceta, la de Caracas, satisface desde entonces el deseo de noticias y se llena de medulosos artículos como el de Juan Germán Roscio, donde se analiza desde el punto de vista histórico, la diferencia del régimen monárquico y el sistema democrático republicano.
Para Roscio, el republicano es históricamente, el más antiguo, el más querido por Dios y más acorde con el Derecho Natural. El irlandés Burke, publica un artículo en la Gaceta, sobre libertad de cultos y Derecho Constitucional.
Aparece una oratoria nueva nerviosa y vehemente, cortada en contra de la española, se insinúa con los oradores de la Sociedad Patriótica.
Antonio Muñoz Tébar, en un solo párrafo, presenta volúmenes de ideas: Confederación de Estados y Gobierno Central, una asamblea o muchas, por todo podemos comenzar, como comenzar por la Independencia. Coto Paúl, el desmelenado y estentóreo Dantón de la Sociedad Patriótica, se yergue invocando en nombre de la Santa Demagogia, la Anarquía salvadora que embriaga a los facciosos del orden y reanude el mar muerto del Congreso. Bolívar pronuncia su primer discurso político: “¿Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido y que dicen? Que debemos comenzar por una Confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera”. Lenguaje aliento y energía, del futuro Libertador.
En el seno de la sociedad patriótica brota la Revolución, la adquisición de la libertad y separación del dominio español y la integración del Estado libre y autónomo conforme al querer libre y soberano del pueblo.
