Crónicas de Facundo: Armando el rompecabezas

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No cabe duda en cuanto a que, desaparecidos Hugo Chávez y sus propiedades carismáticas – que ocultan la anomia política e institucional del país, no resuelta con la constituyente y la Constitución de 1999, pues mudó en mero instrumento o mito movilizador – la realidad citada ha vuelto a aflorar, descarnadamente.

No es que ahora se encuentre parcelado el territorio gubernamental y en desencuentro sus partes – pues fallecido El Padrino, sus causahabientes delimitan sus espacios de poder con artes mafiosas– sino que, la misma oposición democrática, acusa una igual fractura, que es existencial y no es nueva.

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En la circunstancia, que se extiende por casi tres lustros, la unidad de lado y lado ha sido apenas funcional, atada a la “democracia procedimental” y subestimándose, de lado y lado, a la democracia como estado de vida y del espíritu; tanto como fue funcional Marcos Pérez Jiménez, al favorecer como peligro el entendimiento entre los padres del Pacto de Punto Fijo, quienes hasta la hora previa se pasan cuentas y buscan ajustarlas. Pero se entienden, al final, sobre todo por compartir el sueño de nuestros Padres Fundadores de 1811, civiles, demócratas, e ilustrados.

Por lo pronto y entre tanto la miríada de focos del movimiento opositor logra escamotear su unidad necesaria; pero cabe decir que, por lo pronto y entre tanto es bueno que los responsables de la destrucción nacional, el triunvirato Maduro, Cabello y Ramírez, se cocinen en su propia salsa. Y que el ojo colectivo no se distraiga y aprecie, en su justa dimensión, la naturaleza del régimen, desnudo como nunca antes, y en lo adelante susceptible de una síntesis cabal: Narco-Socialismo del siglo XXI. Vale dejar atrás las exquisiteces de nuestra ciencia política, ocupada de saber si vivimos o no bajo un autoritarismo competitivo o en una dictadura electa.

Aún hoy, a la intemperie y al descampado como se encuentra el país, hecho hilachas por todas partes – como cabe reconocerlo sin abrumarse – los opositores, en sus agónicas y meritorias luchas de trinchera confrontan y se separan haciendo de lo instrumental dogmas de fe, puntos de honor, pues unos no entienden que es historia la realidad partidaria de nuestro siglo XX, y los otros, afanados por las coordenadas distintas del siglo corriente, olvidan que asimismo cunde el desarraigo en los pueblos que le dan la espalda a sus raíces constitutivas.

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Cabe decir, en buena lid, que todas las armas constitucionales esgrimidas por las partes y partidarios de nuestra democracia son legítimas. Es un error demonizarlas. Todas a una valen en sus respectivos contextos, sean asambleas ciudadanas, debates sobre lo que cabe constituir de nuevo, participación en elecciones, movilizaciones de calle, reclamo a los gobernantes que destruyen la nación y la patria para que frenen sus desmanes y tengan las agallas de renunciar.

Pero esas partes y partidarios han de comprender que, más allá de sus cuarteles de lucha o trincheras, hay un campo de batalla que reclama ser visualizado en su conjunto, desde un Estado Mayor, con larga-vistas a la mano, apuntalado en lo que ata a los diferentes.

He insistido y seguiré machacando sobre la importancia de entender la realidad cabal que nos rodea y desmorona como pueblo, sin matizarla o falsearla, conjurando el riesgo de nuestra total fragmentación. He repetido, siguiendo los consejos de Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, que por mediar un desarraigo monumental entre nosotros los venezolanos, urge un alto para mirar hacia atrás y hacerlo con espíritu crítico, si aspiramos a reencontrar – como Dante – el camino perdido, descubriendo lo que nos identifica, cabe repetirlo, en la diversidad de lo que somos.

Se requiere de humildad, sobre todo de coraje para avanzar hacia el futuro, apalancados en lo que nos otorga identidad, pues cuando se pierde el coraje se apela a lo providencial, se acepta el sometimiento, y se le da cabida a los programas de supervivencia en defecto de una Utopía compartida.

Nuestra historia es el patio en donde aún se debaten dos opciones para entender al país y dibujarlo: la del “gendarme necesario” o el traficante de ilusiones – de gorra militar o con gorra de pelotero– que exacerba el Mito de El Dorado – al petróleo – o nos lee una proclama épica a fin de retrasar nuestra emancipación social y política; o la de la restauración civil y democrática, donde el piso son nuestras creencias compartidas y debatidas, donde todos, con nuestras parcialidades y tareas propias, armónicamente, podamos ensamblarnos en la lucha por instalar la democracia allí donde nos falta, para regar a la democracia en los espacios en los que prende, y cuidar de la democracia para que no desfallezca donde echa raíces.

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