Colombianos…

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Conozco a muchos colombianos, ninguno de ellos como los describe Nicolás Maduro. Conozco de años a una pareja que vino desde muy joven a Venezuela y construyeron, con mucho esfuerzo, una pequeña industria química en Carabobo. Sus hijos son venezolanos, sus empleados venezolanos y los productos que fabrican dicen «Hecho en Venezuela».

También conozco a otra pareja de comerciantes colombianos que hacen vida en Tocuyito, tienen tantos años en Venezuela que hasta su particular acento lo perdieron, se dedican a proveer productos alimenticios para animales, invierten en el país, pagan sus impuestos, satisfacen las expectativas de sus clientes y la última vez que hablé con ellos me sorprendieron con la idea de construir un nuevo local, pese a las difíciles circunstancias económicas que vivimos. «Hay que seguir echándole», me dijeron. Sus hijos son venezolanos pero están orgullosos de su herencia colombiana. Al final, sus colores también son nuestros.

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La colonia colombiana es tan numerosa en Venezuela que todos formamos parte de una misma comunidad de valores y aspiraciones, hay familias auténticamente colombo–venezolanas y esto ocurre con mayor intensidad en la frontera. Históricamente, todos los extranjeros habían visto en Venezuela un país amable y con oportunidades que con los brazos abiertos le decía a todos; colombianos, españoles, italianos, árabes, judíos y chinos; que aquí podían venir a construir sus sueños. Sin duda, hoy esto ha cambiado tanto para extranjeros como para nuestros mismos conciudadanos.

Es triste y preocupante que el país de brazos abiertos que fuimos, de esa segunda patria que éramos para muchos que han sido expulsados de su país de origen por la guerra, el hambre, las dictaduras de todo signo y la persecución, ahora tenga que convertirse en un país donde el gobernador de Táchira festeje que ha deportado a más de 1000 colombianos, tal cual parte de guerra, y la Cruz Roja deba hacer un corredor humanitario para asegurar que el Estado venezolano no siga violando derechos humanos reconocidos internacionalmente. Parece un escenario digno de la ocurrencia de un desastre natural, pero estamos claros: el auténtico desastre es el actual gobierno.

Es sinceramente despreciable que ahora la xenofobia sea una forma de hacer campaña electoral para el PSUV. Una raya más para un tigre dirían algunos, pero que raya. ¿Cuándo fue que a estos supuestos «socialistas» se les olvidó el discurso de la integración?, ¿del internacionalismo?, ¿de la Patria Grande? es una fortuna que a los socialdemócratas, la izquierda democrática, no se nos olvide y que Henry Ramos Allup enfrente con claridad meridiana esta práctica que contradice, no solo nuestra propia legislación constitucional, sino la vocación humanitaria y servicial que siempre ha demostrado nuestra noble nación.

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Recuerdo con esperanza una frase del compañero presidente Carlos Andrés Pérez al dirigirse a la nación: «Venezolanos, venezolanas y todos los extranjeros que construyen junto a nosotros un país grande, libre y próspero». Digo esperanza, no por un lapsus mental, lo digo porque más temprano que tarde, Venezuela dejará de ser este lugar del «sálvese quien pueda» para ser nuevamente el país que da la bienvenida a sus hijos, tanto propios como adoptados, como la buena madre que es.

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