Uno de los efectos más concretos y tangibles que la globalización y la masificación en el acceso y utilización de las tecnologías de comunicación y redes sociales ha tenido en la gestión organizacional, es el de colocar a la transparencia y a la rendición de cuentas como un imperativo axiológico para quienes poseen y gerencian cualquier entidad organizacional o corporativa.
La información es poder, reza una máxima devenida lugar común. Ya la teoría económica institucionalista ha dejado clara la importancia de la información que, en igualdad de condiciones o circunstancias deben manejar los actores de una relación económica para tomar una decisión, siendo la asimetría de información una fuente de ventajas y desequilibrios en las reglas del juego económico del mercado. De hecho, los rankings y escalas que se construyen cada año por organismos y universidades extranjeras para evaluar el clima de negocios o el nivel de competitividad económica o empresarial de los países, tienen entre uno de sus ítems de medición a la transparencia, traducida en claridad de reglas de juego, normas, derechos y garantías otorgadas por el Estado y el entorno institucional para operar eficiente y competitivamente. Triste y patética realidad, los postreros y últimos lugares de la nación en dichas listas, dada la corrupción, «alcabalas», restricciones y discrecionalidad que en muchos casos empañan y enturbian dichos indicadores.
Uno de los retos que enfrenta cualquier gerente hoy en día, es la creciente demanda del entorno (y en el agrupamos a clientes, proveedores, comunidad, gobierno) por conocer detalles de la visión y misión de la empresa, de su salud financiera, del cumplimiento de sus obligaciones tributarias, laborales, ambientales, y en la línea de la Responsabilidad Social Empresarial, de sus acciones en favor de la realidad geográfica, local y social inmediata en la cual se ubica.
Podemos opinar en uno u otro sentido sobre la pertinencia o legitimidad de tales presiones, pero dicho debate entre quienes defienden una visión cerrada de la organización y sus decisiones, de acuerdo a su legítima naturaleza privada o particular si es el caso, y los que abogan por su necesaria apertura informativa, no va a detener las exigencias de mayor transparencia en el manejo de las organizaciones.
La crisis económica global por las hipotecas tóxicas y la debacle de bancos y entidades financieras, generó en la gente y en los gobiernos un lógico interés por vigilar más de cerca la administración y gestión de las empresas del ramo bancario y financiero, y de aquellas que operan en áreas sensibles (energía, alimentación, transporte, salud), con reformas legales incluidas.
Aquí en Venezuela, ese debate sobre la rendición de cuentas, evaluación de resultados financieros, económicos y sociales, con una lógica y clara naturaleza ética, choca contra prácticas que, pese a una prédica que habla, desde el gobierno, de la participación del soberano en la gestión pública, se diluye en la cotidiana realidad en el silencio, el misterio y el rumor, como tristes correlatos del manejo del Estado.
El tema de la salud presidencial se maneja como un asunto elusivo, virtual, atado más a la imaginación y azar que a la verdad. El acceso a la información sobre la gestión, acciones, proyectos y resultados de entes y empresas públicas es limitado, por no decir que inexistente o imposible.
Es muy incipiente en nuestra sociedad, una cultura ciudadana que exija transparencia y rendición de cuentas, aunque hay señales de que esto está empezando a cambiar.
Así como el único antídoto efectivo contra el rumor y sus efectos no es la represión y persecución, sino la información, el requisito hoy para el éxito y viabilidad de cualquier organización, además de la calidad de su producto o servicio, es la transparencia y rendición de cuentas a la sociedad. Lo que está ocurriendo en el Vaticano como máxima instancia de decisión de la Iglesia Católica, escándalo bautizado como «Vati-Leaks», la fuga de información y documentos, más allá de lo delictual del asunto, nos sirve como ejemplo de que el conservadurismo exacerbado y atávico, y el cerrarse a la realidad y los cambios, genera presiones y tentaciones diversas por conocer lo que celosamente se ha guardado como secreto, que en cierta forma, incitan a cometer delitos como los que hoy denuncia la Santa Sede.
En este marasmo global, de razones extraviadas y asombros desvanecidos, parece haber algo que sí está claro: la transparencia llegó para quedarse.
@alexeiguerra
