Capitalismo Lunar – Ciudad, escombros y azar

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Hay en eso de asumir la queja como oficio algo ciertamente triste, primero por lo reiterativo e inevitable, y segundo porque desde hace varias lunas, ya esa queja no surte aquí ningún efecto ni consecuencia en las “autoridades respectivas”. Y es que hasta hablar de “autoridades respectivas” resulta de por si vago e inasible, en un país en el que el poder tiene contados usufructuarios pero no así los problemas y urgencias, huérfanas de dolientes.
Circunscritos al espacio urbano, geográfico y vivencial de Barquisimeto, la queja se trastoca en resignación y conformismo, ante el paso del tiempo, el avance del deterioro de sus espacios, y la ausencia de decisiones que indiquen o revelen, o denoten algún atisbo de voluntad política para solucionar los múltiples problemas que presenta.
El mismo paradigma instalado en el quehacer del gobierno central, que ha privilegiado el clientelar proselitismo para engordar la estructura del Estado-Partido, así como la estigmatización política como criterio de redistribución del presupuesto-botín, o de castigo y olvido según sea el caso, se ha instalado en la lógica de muchos gobiernos regionales y municipales.
Bajo ese esquema de gestión de lo público, en realidades devenidas no ciudades o urbes sino territorios colonizados o “liberados” y ganados para la causa “socialista” o “revolucionaria”, poco importa la planificación urbana, o el diseño de proyectos de ciudad consensuados y compartidos con sus fuerzas vivas y comunidades. Prevalece la realización de tal o cual “obra” como correlato de la magnificencia del gobierno central, la tolerancia a invasiones, ocupaciones o “tomas simbólicas”, la proliferación y tolerancia a la informalidad, la realización eventual de algunas labores mínimas de ornato, mantenimiento, dejando cualquier decisión sobre el ordenamiento urbano, servicios públicos, espacios para el deporte, salud, educación, cultura, recreación, empresas, al irresponsable ámbito del “como vaya viniendo, vamos viendo”.
Así, Barquisimeto, como muchas otras ciudades del país no vive; sobrevive en este cuadro social, económico, y político cuyo influjo de devastación, de caos e impunidad, de corrupción o idolatrías extendidas se refleja en sus esquinas, en sus rincones y espacios.
A los huecos ya no los detestamos. Esquivarlos ayuda a poner nuestros reflejos a tono. Les hemos agarrado hasta cariño. ¿No hay agua? ¿No llega, y si lo hace es a ciertas horas? No importa. Tres, cuatro, cinco tobos y problema resuelto. ¿No pasa el Aseo? Vuélvase ecológico. Consuma poco. Recicle. El Planeta lo agradecerá. ¿Todas las calles están rotas, cerradas, y las que no congestionadas y con colas kilométricas? No se preocupe. Haga como Aladino. Búsquese una alfombra voladora y llegue a tiempo a todas partes.
Voy en el carro. Logro sortear el hueco. En realidad son varios, demasiados huecos y el plural de esos cráteres que exhiben las entrañas del asfalto, me recuerda que somos un país petrolero, venido a menos. Y la frase, varias veces trajinada en la retórica emboinada, se asoma desde cada oscuro agujero: “Venezuela es una potencia”. Sí, tenemos Patria. Agujereada, saqueada y hecha huecos.
Barquisimeto exhibe hoy el resultado del mismo proceso de deterioro que ha sufrido Venezuela durante estos años de rapiña y desvaríos “socialistas”. El freno que Chávez impuso a la descentralización, y la ausencia de una verdadera cultura ciudadana, y la amenaza disolutoria y atomizadora del Estado Comunal, son elementos de una larga lista que conforman su complejo cuadro urbanístico actual. Hay habitantes, recluidos en sus burbujas individuales, evadidos del espacio público, pero no ciudadanos ocupados y conscientes de sus derechos por una mejor ciudad y calidad de vida. No hay soluciones permanentes, solo remiendos. Se rompe una calle, una pared, pero no se repara, ni se levanta de nuevo. La planificación, es sustituida por el azar y la improvisación. Y así va quedando. Ciudad, escombros y azar.
@alexeiguerra
[email protected]

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