Campana en el Desierto: La victoria perfecta

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Para escribir estas líneas leí y escudriñé los videos de todas las versiones que se han dado sobre lo que pasó el 7-0: las amargas presunciones de fraude que parten, fundamentalmente, de los electores y miembros de mesa. Las sabihondas ilustraciones de los expertos, de los profetas del pasado, que se jactan, ahora, de decirnos por qué pasó cada cosa, de la misma forma que, de haber ganado Henrique Capriles, todavía estarían abundando sobre sus clarividencias, sobre lo que «ya sabían», desde mucho antes.

Escuché con especial atención a Capriles, a la presidenta del CNE, Tibisay Lucena; a los jerarcas de la MUD, a los opinadores, a los partidos políticos, de la oposición y del Gobierno. Suspiré con las predicciones del brujo brasileño Reinaldo dos Santos, el mismo que se anticipó al ataque a las Torres Gemelas, y ha puesto a pensar a muchos en que el flechado del «camino» anunciado quizá apunte hacia meandros insondables. Disfruté el monólogo de Jaime Bayly, y las agudas y graciosas objeciones que el peruano hace al discurso del candidato perdedor, media hora después del primer boletín oficial. Y hasta encontré fortaleza, no sé de dónde, para llegar al final de la descarnada exposición, de más de una hora, que hace (está en Youtube) Eric Ekvall. Su conclusión es truculenta: en la MUD, sostiene él, hay piezas al servicio del oficialismo. El cerebro de José Vicente Rangel está detrás de un sórdido negociado que, tras cada elección, borra en el imaginario colectivo toda sensación de marramuncia. Cita, por ejemplo, el periplo de Teodoro Petkoff por varios países, para calificar de «dictadura light» las ya crónicas delicadezas del régimen de Hugo Chávez, y de «leyenda urbana» las tercas conjeturas de fraude electoral.

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Lo que en el fondo andábamos buscando con ese abundoso pesquisaje, era la prueba de la trampa. La evidencia. El Santo Grial de la tramoya que a Capriles hoy, como a Manuel Rosales ayer, lo puso a decir ante un país adolorido que había perdido limpiamente. Y, en aquél caso como en éste, según las leyendas que ruedan, para evitar «un derramamiento de sangre».

La verdad sea dicha. Nadie, hasta ahora, al menos que se sepa, ha puesto sobre la mesa ninguna prueba fehaciente de fraude electoral. Sólo hay figuraciones y teorías, algunas perturbadas, otras dignas de ser tomadas en cuenta, por honestas y sensatas. Pero, conforme a la intrincada frase acuñada por un físico ruso de apellido más enrevesado todavía, Tsiolkovski, ferviente defensor como era de la existencia de vida en otros planetas: «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». El crimen existe aun cuando no pueda probarse.

Yo no sé si aquí, en verdad, hubo crimen, pero mis sospechas las tengo. Y bien fundadas además. No metería mis manos en la candela por la transparencia de un CNE con un origen, y un desempeño, tan rojito. Basta con recordar que un ex presidente de ese organismo, Jorge Rodríguez, saltó de allí a la vicepresidencia ejecutiva, fue después alcalde de Libertador, electo en las listas del PSUV, y acaba de ejercer la jefatura del Comando Carabobo.

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No se trata de si el acto del voto era secreto o no, y ni siquiera de si el sistema automatizado es o no confiable, quién sabe. Las reglas han sido ajustadas, en cada ocasión, a las conveniencias del Gobierno. Las normas, las circunscripciones electorales. La propaganda. Hasta la «nucleación» de los centros de votación obedece a una clara estrategia oficialista. Y hay, en todo esto, una manipulación perversa, retorcida, un sutil juego de aparentes legalidades: el voto es secreto pero el propio CNE juega a que la gente dude, y por consiguiente, sienta temor. 27 penales fueron habilitados en el país como centros de votación, en una conmovedora muestra de respeto por los derechos humanos de los presos, pero a los electores de Miami se los puso a recorrer 1.400 kilómetros de ida, y 1.400 kilómetros de vuelta, para poder sufragar en el consulado de Nueva Orleans. Hubo una pulcra asignación de testigos de mesa, mediante un sorteo inobjetable, eso es verdad, pero a los que se descubrió eran de la oposición, con misteriosa frecuencia no les llegaban las credenciales. No recibían el sobre enviado a través de las empresas de mensajería, porque la dirección estaba errada, o incompleta. Miles de ellos nunca se enteraron de que habían sido escogidos como miembros de mesa.

Yo no entiendo, ni puedo entender, la extraña lógica que puede existir en esta frase: El árbitro se parcializa, pero no hay fraude. Y qué decir de esta otra lindeza argumental: El sistema electoral es abusivo, pero la elección es limpia.

Que alguien me explique cómo es posible semejante contrasentido. Los generales decían que jamás aceptarían un triunfo de los majunches, pero aún así «se reconoce la labor» del Plan República. Se desplegó una tortuosa Operación Morrocoy, y los militares al tiempo que en las calles exhibían sus tanquetas se encaraban a los responsables de las mesas para impedir que a las 6:00 de la tarde se procediera a cerrar los centros de votación donde no había cola. Ya se sabe por qué: miles de taxis contratados y vehículos oficiales buscaban desesperadamente a esas horas en sus casas a los votantes menos duros. «Muéstreme el dedo. ¿No ha votado todavía? Móntese y nos vamos». Y se dio la terrible irregularidad de que mientras cientos de electores soportaban las trabas y demoras del mejor sistema electoral del mundo, la presidenta del CNE anunciaba ya al ganador. «La victoria perfecta».

A ver, tratemos de ponernos de acuerdo. Dígame usted, ¿cómo puede reaccionar un ciudadano cualquiera, aquí o en Petare, si después de tanto escuchar que el Presidente que tenemos no es un demócrata a carta cabal, sino un intolerante, un autócrata sin escrúpulos, si después de tan agria monserga se le dice a ese mortal de a pie, a renglón seguido, que, pese a todas las prevenciones expuestas ese gobernante tan despreciativo, ególatra y violador de los derechos, al fin de cuentas gana con votos irrefutables, libres de toda vacilación y malicia? ¿Lo podría entender?
El candidato del Gobierno pudo haber sacado más votos. Nada me consta. Pero lo cierto es que una elección auténtica supone garantías plenas. Universalmente se acepta que deben prevalecer tres principios básicos: el principio de imparcialidad, el principio de transparencia y el principio de confianza. Un árbitro debe ser, y parecer, neutral.

Yo le levantaría una estatua a Henrique Capriles Radonski. Hizo un esfuerzo sorprendente. El país, de pie, debe agradecérselo. También es plausible el invalorable servicio prestado desde la MUD por Ramón Guillermo Aveledo, y en Lara por Macario González. Los errores registrados no se circunscriben a una campaña electoral tan corta, con un correcaminos forzado por las circunstancias a reconocer la bondad de los programas sociales del Gobierno. Creo que las carencias vienen de muy atrás. En apenas tres meses era prácticamente imposible desbaratar una tramoya populista tan arraigada, ni llenar los vacíos dejados por la ausencia de vínculos y afectos con un pueblo acostumbrado a oír las promesas y los cumplidos de un solo pretendiente.

Por eso no puedo compartir la expresión de Capriles cuando dice que fue él quien perdió, y que ningún venezolano puede sentirse derrotado. A la nación se le dijo que esta elección era crucial. La libertad perdió. El futuro se estancó. La democracia perdió una oportunidad brillante. El sueño de inclusión y la serenidad de muchos quedaron truncos. ¿Nos hemos detenido a pensar cómo se sienten, por ejemplo, los presos políticos? Duele, en lo más profundo, apreciar que a una inmensa parte de la población venezolana nada le dicen valores fundamentales, como los de la libertad, la igualdad, la justicia. Eso, lastimosamente, habla muy mal de nosotros. Es un fracaso.

Pero, Dios mediante, nos levantaremos. Peor que perder una elección es perder la esperanza.

Repiques


William Ojeda en el acto de inscripción de Elías Jaua en Miranda. Por cierto, a este diputado no le sale la aplicación de la Ley Antitalanquera. ¿Sólo es válida para los parlamentarios del PSUV?

Inquieta saber que la oposición irá dividida a las elecciones regionales de Táchira y Monagas. No sirve de consuelo que el oficialismo tenga el mismo problema en Apure, Mérida, Bolívar y Trujillo.

Poco antes de las elecciones, Enrique Krauze escribió: «Las llagas de Venezuela son inmensas, pero acaso la llaga mayor no sea ni social o económica sino moral. Me refiero a la discordia dentro de las familias venezolanas y a la discordia dentro de esa gran familia que es Venezuela. Es natural que las personas sostengan opiniones distintas, pero esas opiniones son sólo eso, y no tienen por qué convertir a las personas en enemigos»

Leído en Twitter:

@eliaspino: «Desclasifican documentos sobre la crisis de los misiles en Cuba, se lee en ABC»
@sangarccs: «Prohíbese ofender de palabra o de acción al CNE. Prohíbese considerarlo ministerio electoral del Sr. Presidente. Acátese y cúmplase. HRChF»
@wernercorrales: «Reconciliación, paz y cooperación entre venezolanos de buena voluntad»
6toPoderweb: «Iván Simonovis desde los calabozos del Sebin: Yo no puedo luchar, pero ¡tú sí!»
@mistersalas: «En defensa de los nuevos ministros: me parece excesivo que el Presidente les pida eficiencia»

Fernando Luis Egaña considera que lo más preocupante del 7-0 es que «la hegemonía roja esté logrando reposicionar una imagen de democracia, tanto en el ámbito interno como sobre todo en el internacional».

Un borrachito le dijo a otro la mañana de este lunes: «Provoca agarrar una pea de seis años»

«Sabes que tus hijos empiezan a crecer cuando dejan de preguntarse de dónde vienen y se niegan a decirte adónde van». Patrick J. O’Rourke

Una muy dilecta amiga me escribió esto el lunes: «Leyendo tu Campana pensaba en lo bien que escribes, pero también en que tus palabras no llegarían a esa gran masa que vota por Chávez. A ellos, esa exquisita e inteligente forma de escribir no les dice nada»

Otro lector, el estudiante de ingeniería electrónica Carlos Alfonzo Becerra García, me dirigió una reflexiva carta por el correo electrónico. Subrayo estas líneas: «Dígame usted, señor Ocanto, ¿acaso la gente olvidó este día el discurso de odio del presidente recién reelecto? ¿Acaso a una madre que perdió a un hijo ayer en un enfrentamiento, tan común hoy en día, sus lágrimas limpiaron su dolor tan rápido que la dejaron ciega? ¿Acaso el estudiante de una misión, al salir a la calle mañana, conseguirá el trabajo que yo en meses no he podido hallar? Dígame usted, señor Ocanto, ¿Por qué Venezuela olvida? ¿Por qué Venezuela no mira hacia atrás? (…) Hoy Venezuela aparenta que vive en plena democracia, y eso es lo que me da más dolor. Que un país, por si solo, elija el camino de la destrucción».

En las elecciones hay tanto miedo, que ni los chavistas salen a celebrar.

 

 

 

 

 

 

 

 

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