Campana en el Desierto: La revolución del pasado Por José Ángel Ocanto

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La historia, de continuo, pareciera burlarse de sus personajes.

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Se ríe de quienes pretenden cambiar su curso, reescribiéndola, adulterándola. Castiga, o exacerba, sus codicias, sus delirios, sus excentricidades. Pone en su sitio, o disloca, a aquellos que intentan profanar sus arcanos. Unas veces el final es bueno. Otras, la ironía acaba en tragedia.

Hemos visto pinturas de paisajes tan primorosos que cuesta creer, en verdad, hayan sido obra de Adolf Hitler. Mucho antes de convertirse en el bestial orador que destilaba un odio trepidante hacia judíos, mendigos, homosexuales y gitanos, elenco de una raza inferior, el führer, a los 18 años, quiso convertirse en artista plástico.

Tenía innegable talento y tocó las puertas de la Academia de Bellas Artes de Viena, de donde, por cierto, surgiría Otto Wagner. La crónica dice que a lo largo de ocho años el joven Hitler se esforzó en pasar la prueba de admisión. Fue infructuoso. Lo rechazaron una y otra vez, y el aspirante a pintor, para desgracia de la humanidad, abandonó el lienzo, cortó la sublime inspiración, el arrobo contemplativo de sus tempranas obras de arte, y optó por dedicarse a otra cosa.

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La causa por la cual Napoleón perdió la batalla de Waterloo no pudo ser más desacorde con la gloria que alcanzó en Austerlitz, con el brillo de la superior inteligencia del emperador, con dotes de seductor. Había estado a un paso de vencer, pero la cabalgata del día anterior alborotó sus hemorroides y apenas pudo dormir bajo los efectos del opio. Ese día crucial, el perfecto estratega, a los 46 años, despertó fuera de sus cabales. Desvariaba. Trató de perseguir a los prusianos en sentido contrario al que ocupaban, en el teatro de las hostilidades.

En un reciente número de la revista British journal of sexual medicine, un especialista en endocrinología sostiene que el gran corso padeció una enfermedad glandular que transformaba su cuerpo, el cual adquiría paulatinamente la silueta propia de una mujer. Así, el amante insaciable que alguna vez exclamara: «¡Qué romance ha sido mi vida!», y al regresar de sus campañas solía enviar a Josefina un mensaje urgente: «No te laves que llego», acabó con su cuerpo «cubierto por una espesa capa de grasa, su piel era blanca, las espaldas estrechas, las manos y los pies pequeños, los órganos sexuales atrofiados».

En la revolución francesa está la maldición de Robespierre, «el Incorruptible», quien capitanea el ala más radical de los jacobinos y hasta llega a liderar el «Reino del Terror». Justifica la pena de muerte, que antes condenaba como brillante abogado y escritor, y goza con las febriles ejecuciones de los «traidores». No obstante, no se salvó de la guillotina, el 10 de Termidor.

La política está tachonada de casos satíricos. Por ejemplo, el del entonces actor Ronald Reagan, cuando a mediados de los años ’60 no pudo asumir el papel principal en una película titulada The best man. Los productores le dijeron que no tenía pinta de Presidente. En otro plano, en la antesala de la era digital, en 1943, el director de IBM, Thomas Watson, tuvo una premonición asombrosa: «Yo creo que hay un mercado mundial para, quizás, cinco computadoras». Y aquí, entre nosotros, el muy sagaz doctor Rafael Caldera, reelecto sobre la astucia de justificar en algún modo la fallida pero sangrienta intentona militar del 4-F («no se le puede pedir al pueblo que defienda la democracia cuando hay hambre»), sugirió a los de su entorno más íntimo que convenía ordenar la inmediata libertad de los sediciosos del «por ahora». Argumentaba que el teniente coronel Hugo Chávez tenía un mensaje propio de los cuarteles, que no llegaba a la sociedad civil. Pensaba que en la cárcel aquel hombre era noticia, pero en la calle acabarían por tragárselo la conflictividad social, el fragor de la política, el corrosivo mundo de los partidos, y, por último, el anonimato.

Y la revolución se estrenó, frente a la imagen inanimada de quien sobreseyó la causa de los golpistas, con un juramento con la zurda, en el Salón Elíptico del Congreso, sobre una Constitución «moribunda». Así vino a la vida: llamando a la agonía. El peso inmarcesible y punitivo de la palabra en falta. La evocación injuriosa. El pacto con las sombras. La subversión de los valores. El arrogante desprecio por la vida. La convocatoria de la muerte y sus plazos. La mentira insolente. El sacrilegio. La burla a la fe. La injusticia. La crueldad. La demagogia en su versión más transgresora. La intolerancia. El cinismo. La sublimación del delito. La siembra de todo cuanto desune. La soberbia. El aferrarse con sadismo a la ventaja que todo este tiempo le proporcionó un poder que supuso ilimitado, eterno. Por siempre.

Ahora la revolución que quiso refundar la República, y recrear al hombre nuevo, es, irremisiblemente, cosa del pasado. Es, en definitiva, la revolución del pasado. Al pasado se sujetó. En los errores del pasado naufragó. Jamás tendió una mirada serena y conciliadora hacia un porvenir que a todos pertenece. En un proceloso mar de sarcasmos, esta historia presenta al predicador inagotable sin capacidad aparente para pronunciar siquiera una despedida postrera. Cuesta creerlo, pero la figura que llenaba todas las pantallas, y todo lo impregnó de sus modos y gestos, de repente se vuelve insondable, oculta.

Lo más probable es que se trate de un giro definitivo, pero nada está claro aún. Nuevas jornadas se avizoran, y los rusos también juegan. Más allá del destino que la Providencia habrá de depararle a Hugo Chávez, la desaparición del caudillo no decretará la inmediata aniquilación del chavismo, como fuerza social. Contará en las refriegas políticas pendientes. Ahora mismo, como si ello fuese lícito en una democracia formal, un desmañado enjambre de herederos mantiene por asalto el poder y sus privilegios, en los altares de una verdad secuestrada, por encima de las pestes de una mentira ya insostenible.

La hora llama a la grandeza. Y si llega a perderse, porque la unidad de las fuerzas democrática sigue empantanada en las payasadas y necedades del careo estéril que se observa en este instante, y si no se valora la ocasión que se abre para la gran rectificación que toca hacer, sin demora, entonces habrá que dejar de echarle la culpa a ellos. No habrá más responsables de tal desastre que nosotros mismos. La historia, según acaba de decir Umberto Eco, está llena de hombres atrevidos, con escaso sentido del Estado y altísimo sentido de sus propios intereses, que han deseado instaurar un poder personal, identificando el placer personal con el interés de la comunidad. «No siempre estos hombres han conquistado el poder al que aspiraban, porque la sociedad no se los ha permitido. Cuando la sociedad se los ha permitido, ¿por qué tomársela con estos hombres y no con la sociedad que les ha dado carta blanca?»

Al fin y al cabo, los depredadores de la sociedad sólo hacen su trabajo.

 

Repiques

¿Puede creer usted que estas son obras de Hitler?

George Clooney comentó que supo que Argo, la película que él y Ben Affleck produjeron, había ganado el Oscar a la Mejor Película, cuando Michelle Obama apareció en la pantalla, anunciada por Jack Nicholson

Leído en Twitter:

@RobinsonDiazU: «La diferencia entre un político y un ladrón es que el primero lo elijo yo, y el segundo me elige a mí»

@perpetuok: «De los creadores de ‘la inseguridad es un problema de percepción’ ahora llega ‘el robo de celulares es culpa de la gente'»

@palmapedroa: «El crecimiento desmedido e irresponsable de la deuda pública externa lo pagaremos caro todos los venezolanos»

@Cortulara: «¿Sabías que la avenida Venezuela se llamaba Ambrosio Plaza? #ConoceLara»

@EmigdioCA: «No existe nada mejor que ser tú mismo, porque demuestras que no necesitas ser como nadie más para ser feliz»

@NoticiasVenezue: «¿Prosperidad es que 60% de los venezolanos cobre salario mínimo de vergüenza y hambre?»

Los recortes por 1,2 billones de dólares en los próximos diez años en el presupuesto de los Estados Unidos, afectarían en forma sensible los programas públicos. El Pentágono perdería 55.000 millones de dólares el primer año. La seguridad nacional, al menos 90 millones de dólares en lo que tiene que ver con los programas para proteger a Estados Unidos de ciberataques. El programa Medicare, que abarca los gastos médicos de la tercera edad, dejaría de percibir 11.000 millones de dólares. Válgame Dios.

Joaquín Villalobos, un ex guerrillero salvadoreño y consultor para la resolución de conflictos internacionales, escribió en El País, de Madrid: «Sin duda el chavismo va a agotarse, pero no de inmediato. Enmendar el error de haber destruido los partidos y atomizado el sistema político será complicado. La oposición está compuesta ahora por más de 70 organizaciones y tomará tiempo convertir esta ensalada política en al menos dos partidos fuertes».

«El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro».

Woody Allen

La hermosísima película La vida de Pi, de Ang Lee, ganadora de dos Óscar, Mejor fotografía y efectos visuales, no aparece en las carteleras de Venezuela con ese nombre sino como Una aventura extraordinaria. El cine de un centro comercial de Barquisimeto la proyecta en 3D. Está basada en una novela homónima de Yann Martel.

Gilberto Coronado R. me escribe: «El Dr. Asdrúbal Aguiar en su nuevo libro Historia Inconstitucional de Venezuela hace alusión a las violaciones a la Constitución desde 1999 a la fecha. 179 según ha contabilizado. Sin embargo le sugiero agregue dos más: La que se hizo a la moribunda Constitución antes del ’99, cuando los venezolanos idiotizados por la antipolítica reelegimos a Carlos Andrés Pérez y a Rafael Caldera. Hoy sufrimos en carne viva las consecuencias de tal error. Porque si fue un error histórico la reelección de CAP, peor lo fue la de Caldera. Le pusimos el retroceso a la democracia».

Un chino asegura haber descubierto el mejor estimulante femenino. «La mujer alegle, caliñosa, besa y ablaza el día entero. Te dice mi amol, mi vila, te alolo».

¿Y cómo se llama?, le preguntaron. «Talkleta». ¿Cómo, talkleta? «Sí, talkleta de clédito».

Cosas que estremecen. Un violador que en la urbanización Macías Mujica hizo de las suyas, incluso con un niño de dos años, una quinceañera y un anciano de 70 años, fue perseguido por la comunidad, que lo quería linchar, y se refugió en un módulo policial. De allí, como aconseja la ley, fue puesto a la orden de la fiscalía. Pues bien, pese a que tenía antecedentes por violador, agresiones y porte ilícito de arma, salió libre en 48 horas. Las víctimas, amenazadas, se habían retractado. Pero cuando «la justicia» quiere poner tras las rejas a un opositor al Gobierno, no importa que no haya testigos, ni pruebas. Se los inventa.

«La belleza que atrae, rara vez coincide con la belleza que enamora». José Ortega y Gasset

Hay una guerra de hackers que exigen «la verdad» sobre el estado de salud del Presidente. Un grupo que se autodenomina Anonymus Venezuela, atacó los sitios oficiales de la Vicepresidencia, la Academia Militar, el Comando de Vigilancia Costera de la GN y la gobernación del Táchira, para dejar mensajes como estos: «Maldito el soldado que levante las armas en contra de su propio pueblo», Simón Bolívar. «Es hora de hablarle claro al país, sin rodeos y sin excusas chimbas». El Gobierno, por supuesto, montó en cólera. Amenaza. El Cicpc investiga. Han sido bloqueadas en el país las páginas web que publicaron fotografías comprometedoras de la familia real, las cuales recogen además sus lujosos viajes por el mundo. Pero pueden ser vistas, todavía, en este blog: www.towelto.wordpress.com

 

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