Caminito que un día: Tura de los ayamanes (1)

Mucho se ha escrito acerca del baile o danza ayamán llamado turas y notables investigadores ha publicado acuciosos trabajos sobre dicho tema: Pedro Manuel Arcaya, 1906; Oramas, 1916; Alfredo Jahn, 1927, R.D. Silva Uzcátegui, Lisandro Alvarado, Francisco Tamayo, Gilberto Antolínez, Juan Liscano, Isabel Aretz, Luis Arturo Domínguez y otros más y, próximos como están los días de celebración de esta danza ritual en los patios a los cuales concurre el pueblo ayamán, creemos oportuno hacer referencia a algunos de sus aspectos.
Seguiremos el texto inédito de Miguel Pacheco, siquisiqueño quien durante muchos años asistió a la celebración de las turas y su relación, escrita posiblemente hacia 1950, contiene un buen número de informaciones testimoniales poco conocidas de cómo se realizaba este ritual ayamán en las primeras décadas del siglo XX cuando dicha ceremonia conservaba más íntegramente sus características originarias y de cuya música en 1947 escribió Eduardo Lira Espejo, citado por Miguel Acosta Saignes que “no revela influencia alguna, quizás es la más pura que se conserva en Venezuela” y el propio Saignes asegura que “se trata de un complejo rito agrario que (…) se conserva con bastante pureza” (1962, p. 78).
Escribe Miguel Pacheco que desde tiempo inmemorial se baila tura en los caseríos de Urdaneta (según se informa en el Reglamento de Turas, elaborado en 1890, se tenía memoria de esta danza desde 1814)(*), principalmente en Siquisique y San Miguel, en los meses de las cosechas, cuando se reunían los habitantes de ambos sexos de un lugar, convocados para un día determinado.
Se hacía una llamada “tura chiquita” por abril o marzo cuando el maíz estaba jojoto y se recogía para hacer “mazamorra con maíz cortado y hervido que se dejaba enfuertar convenientemente para brindarlo la noche de la fiesta, siendo la única bebida que se permitía.
Este maíz se cosechaba de un conuco que “era respetado y sólo podía principiar a cortarse” los jojotos en víspera de la danza. En el centro de este conuco se colocaba, la noche del baile, “una tinaja llena de bebida y si en la madrugada la encontraban vacía era señal de que la cosecha iba a ser buena y en cambio, si estaba intacta, la cosecha sería mala”, por cuyo motivo la fiesta no se celebraba.
Esta “tura chiquita” duraba sólo una noche y en ella se daban “las gracias al Dueño de las montañas por haber proporcionado cosecha y haber pronosticado cómo debía esperarse para lo sucesivo”.
Había otra ceremonia mayor llamada “tura grande” la cual se celebraba “casi siempre en agosto” y en ella los habitantes del caserío participaban “con la mayor reverencia y armonía rayanas en fanatismo, dándose todos el trato de ‘manos’, apócope de hermanos”.
Mediante el voto de los vecinos, se elegía “el Mayordomo o Mayordoma que por lo regular resultaba ser el de mayores posibilidades económicas que pudiera mantener por tres días con sus noches una multitud numerosa, dándole a su morada el título de Patio Grande”.
Con las jatas, pelota de masa de maíz cocida y envuelta en hojas de caña, que era colaboración de los vecinos, se hacia el carato que luego se enfuertaba en canoas de madera.
Para la elaboración del carato colaboraban con su trabajo en la cocina las mujeres mientras los hombres cortaban y cargaban leña para los fogones.
Seis vecinos, elegidos por el Mayordomo, actuaban como policías “y portaban sendos manatines, que eran hilos cubiertos de cera negra a semejanza de chuchos” (foetes), ejerciendo la autoridad junto con el Mayordomo pues los jefes civiles deponían la suya durante este evento.
(Continúa…)