Caminito que un día – La tura de los ayamanes (5)

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En el artículo 61 se dice que se sacaron 24 copias del reglamento para ser distribuidas de la siguiente manera: “un ejemplar queda en poder del capataz y otro ejemplar junto con el original se remitirá al Ayudante Mayor, un ejemplar a cada uno de los Mayordomos, un ejemplar a cada Cazador Primero de cada Parcialidad, y un ejemplar a cada Músico Primero de cada Parcialidad. De manera que cada uno de éstos, debe poseer cinco ejemplares de este Reglamento”.
Aunque su redacción estuvo a cargo del Br. Juan Bautista Perera, seguramente éste, no siendo Ayamán turero debió estar presente en muchas festividades e igualmente obtuvo informaciones de los capataces valido de su condición de maestro de escuela, titulo muy respetado por la gente del pueblo especialmente en la época de que se trata.
Eso es lo que puede conjeturarse de las estipulaciones contenidas en este Reglamento que explican no sólo acerca de las técnicas y reglas de ejecución del baile, sino los fines de su realización que seguramente en épocas más antiguas fueron de mayor misticismo y religiosidad.
Se dice por ejemplo que la danza tiene entre sus objetos “conservar los recuerdos de familia, tan gratos al corazón”, esto es, la trasmisión oral de generación a generación de los acontecimientos tribales más importantes lo que supondría que con anterioridad hubo cantos cuyos contenidos eran precisamente esos “recuerdos de familia”:
“practicar en lo que más podamos las inocentes y civiles costumbres de nuestra noble raza” donde, descartando lo de “las inocentes y civiles” se estima la constancia indígena, no sólo por practicar sino mantener las costumbres de la nación, Ayamán aun por sobre las presiones religiosas de los sacerdotes que impugnaban estas “prácticas salvajes”, denotando esta conducta una férrea actitud de resistencia cultural indígena en oposición a la invasión cultural “civilizada”;
“impedir el relajamiento de nuestras familias (‘sin ser supersticiosos ni fanáticos’) impidiéndoles a nuestro modo, el amor a Dios, sobre todas las cosas”. Es claro que la advertencia de no ser “supersticiosos o fanáticos” es adobo del redactor del Reglamento, pero de lo más profundo de los sentimientos tribales es el de “impedir el relajamiento de nuestras familias”, la destrucción de la nación Ayamán, infundiendo en ella “a nuestro modo”, como lo hicieron sus antepasados, al modo de su religión y creencias ancestrales, “el amor a Dios sobre todas las cosas”;
“querer para el prójimo todo cuando queremos para nosotros mismos” que en versión católica debió ser semejante al sentimiento indígena de solidaridad comunal indígena fuente de la fuerza colectiva para la conservación y supervivencia de la nación Ayamán, en el trabajo, la cacería, la agricultura, la construcción de vivienda, la familia, los festejos y entre éstos, la tura;
“queremos inculcar en el corazón de nuestros hijos el amor a la virtud, y al trabajo honrado, que dignifica al hombre; y que deteste de la ociosidad, que es la fuente de todos los vicios”, expresiones en las que sin duda se contienen ideas más del maestro Juan Bautista Perera pero en cuyo trasfondo es posible interpretar un valor espiritual del indio ayamán que pudiera equivaler al valor de la honradez de los civilizados, en éstos por respeto a la propiedad ajena, en aquellos por solidaridad con sus hermanos para compartir con equidad y justicia lo que es producto del trabajo colectivo, el esfuerzo de todos;
“queremos infundirle a nuestros hijos… el afecto respetuoso a nuestra familia, a quien pertenecemos, y las consideraciones a nuestros semejantes”, el propósito de respeto y amor por la tribu a la cual el grupo pertenece y buenas relaciones con quienes no son de dicha parcialidad.
(Continúa…)

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