Caminito que un día: De San Felipe a Puerto Cabello por el río Yaracuy (VI)

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La descripción del paisaje fluvial yaracuyano impone citar extensamente la que Appun, científico y agudo observador de la naturaleza, dejó bien escrito por lo demás, en su libro En los trópicos, obra que, seguramente, no está a la mano de muchos.
Según Appun el río lo navegaban unas doce lanchas de 11,5 a 13,6 metros de largo y ancho de 3,2 metros, piso plano que se curvaba en la proa mientras que la popa era ancha como la nave. Grandes troncos flotaban o yacían en el lecho del río y para protegerse de ellos, las lanchas estaban acorazadas con grandes planchas de hierro. Casi todo el espacio se destinaba a la carga y sólo los dos lados libres de la cubierta, sin borda, la ocupaban pasajeros casuales y la tripulación que movía la lancha con palancas de píritu de unos 6 metros de largo.
Cuenta Appun que el primer día de uno de sus viajes que hizo lo “llevó a través de una parte del río ya conocida debido a algunas correrías hechas en bote” y escribe: “avanzamos a lo largo de las riberas de mangles y la selva compuesta de cesalpinias, mimosas y otros árboles gigantescos; los matorrales bajos estaban formados por la palmera de píritu, helechos, helicomias, crinumes, etc.
“Viejos troncos negros y sin corteza, que no tenían ya sino la dura madera del centro, se elevaban en dirección oblicua y amenazante por encima de la oscura agua y grandes árboles desarraigados, cuyo choque con la lancha a menudo no podía evitarse, eran llevados por la corriente…”
Dice Appun que de esta madera arrastrada por el río vio en el mar grandes cantidades.
Mucho más arriba de la desembocadura, en el segundo día de viaje, con fascinación ante el paisaje, Appun escribe:
“Tan sorprendente era la belleza de esta fantástica bóveda de follaje, como el tamaño de los obstáculos que interponía el avance de la lancha. Gran cantidad de elevados tallos de bambú, que alcanzaban en su base un perímetro de veinte pulgadas, había caído por encima del río como también dentro de él, trancando por completo el camino, machete en maro era menester conquistarlo lentamente, pues quitaba muchísimo tiempo cortar los elásticos tallos del bambú de contextura semejante al cuerno…
“Los lancheros debieron trabajar medio día para arrastrar la lancha a través del guadual, y cuando lo lograron, el segundo día del viaje estaba por terminarse”.
Registra Appun un dato de cómo en estos trabajos de navegación del río se utilizaba la mano de obra de grupos indígenas que allí sobrevivían:
“En cierto ritmo lento, los ocho indios semidesnudos movían la lancha río arriba con las largas palancas hechas de los delgados y duros troncos de la palmera de píritu, mientras el patrón guiaba el ancho timón, haciendo notar su rango con su camisa, sus pantalones y un sombrero de fieltro alto y deforme, lleno de arrugas y abolladuras, de cuya posesión se jactaba especialmente y que había adquirido por rara casualidad”.
Después de unas difíciles y arriesgadas maniobras, caída la noche, la lancha atrancó en un lugar apto para ello donde el cocinero limpió un sitio e hizo la comida.

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