Caminito que un día

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El Barquisimeto que se va y deviene de Alberto Castillo A. (1)
1. En palabras de Roberto Montesinos se dice que “En cariñosa reminiscencia” la pluma de Alberto Castillo Arráez “describe los apacibles días del paraguas y de la leontina, de cuando las niñas languidecían frente al piano, mientras brotaban tristes bambucos, valses, y el álbum soltaba la queja sentimental de Ezequiel Bujanda”. (Prólogo  a “La Quincena Literaria” Nº 15, 15 de febrero de 1946)
2. De un viaje realizado a Quíbor en 1939, Castillo Arráez, al abandonar ya la ciudad dice: “Atrás se han quedado dormidas la últimas casas de la barriada de Namur” y en la todavía no poblada extensión del suroeste “La Caja de Agua del Acueducto Municipal fingió un barco de carga en su huida sin huir”.
Es decir, la vía que conducía de Barquisimeto a Quíbor, corría entonces por la carrera 13, tornaba la carretera que ahora es la Av. Fuerzas Armadas y seguía, luego de pasar por los terrenos que ocupa el aeropuerto, hacia los de la parroquia Juan de Villegas.
3. Por ese antiguo camino, escribe Castillo Arráez, “Pasan veloces los mil brazos del cardonal hierático y los ranchos, centinelas del camino, aún duermen en el reposo de la claridad lunar”. Se viajaba, saliendo de madrugada para aprovechar  “la fresca”.
4. Luego de describir elementos destacados de la barriada cuyo centro era la Catedral y su plaza, ahora iglesia de San Francisco y plaza Lara y de ponderar la paz y quietud de la misma, Castillo contrapone que “no todo es paz en la barriada. Bajo aquella aparente quietud, urde lo humano, araña misteriosa de la vida, su complicada tela, cuyos hilos hacen el laberinto pasional de las almas”.
Una de las familias residentes “forman el tejido de la intriga y el descontento. Los hombres están distanciados por asuntos de negocios y las matronas resentidas unas con otras por pequeñas y mezquinas rencillas de parroquia”.
5. Rivalidades entre los mozos y las mozas, pleitos con el dueño de la pulpería por cuestión de precios, discusiones de las beatas solteronas “sobre primacía celestial relativa a los patronos de las cofradías de sus predilecciones”, en fin, un mundillo de solapadas intrigras que, no obstante, no parece afectar “la camaradería estudiantil” de los adolescentes quienes “olvidan en los juegos de sus fabulaciones pueriles, las barreras antisociales que separan a sus progenitores…” (Diciembre 1942)
6. Según afirma Castillo Arráez, en 1944 se demolió la antigua y primigenia casona llamada “La Francia”, “detrás de cuyos muros cercenados se alza ciclópea de hierro y cemento, la estilizada arquitectura de una moderna construcción”.
En la esquina sureste de esta casa existió “una especie de bodega, botiquín o casa de abastos” donde vendían golosinas muy solicitadas por los niños de la época y “gallos” que los adultos ingerían en brindis de amistosa cordialidad. En el segundo piso funcionaba una casa de juegos  o “Montecarlo criollo”.
7. Sobre los “gallos” o “gallitos”, o trago de cocuy con una aceituna, escribe Castillo Amengual “Mi mente en formación no comprendía, cómo le daban nombre de alado plumífero a aquellos diminutos vasos colmados de amarillento y casi blanco licor con una aceituna naufragando en el fondo”.
8. “La Francia” antes de 1931, se utilizó para otros menesteres. “En la planta baja hubo varios negocios; barberías, restaurantes, una agencia de pompas fúnebres y otra de accesorios para automóviles”. Luego, demolida en 1944, sobre el mismo terreno se construyó un moderno edificio también ya sustituido por la actual edificación que lleva el mismo nombre.
9. Rememora Castillo Arráez personajes ya fallecidos en 1944 y que él conoció en su juventud: “…Trino Castillo, cuyas pálidas y adorables manos taumatúrgicas conocían los secretos de Bach, las angustias de Beethoven y los romanticismos de Chopin; Luis Rafael Falcón, periodista, músico, alma abierta a todas las alegrías y a todas las bondades, y Miguel Ángel Silva, el cantor criollo de bambucos locales, el fígaro amable y risueño, que cortó las melenas y afeitó las barbas a varias generaciones barquisimetanas, desde aquellas que usaron pluviales y guzmancistas pelambres de fin y comienzo del siglo [XIX y XX], hasta los estilizados bigotes a lo ´Negrete´ de… la última etapa”.
10. Las visitas eran obsequiadas por las amas de casa con un refresco dulzón como resbaladera mientras las niñas tocaban el piano o el poeta local declamaba los poemas de moda o los de su propia cosecha.

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