Buena Nueva Transfiguración y entrega

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Abraham, nuestro padre en la fe, tuvo una fe indubitable, inconmovible, una fe a toda prueba, que lo llevaba a tener una confianza absoluta en los planes de Dios y una obediencia ciega a la Voluntad Divina. A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo: “Deja tu país, deja tus parientes y deja la casa de tu padre, para ir a la tierra que Yo te mostraré”. (Gen. 12, 1-4). Y Abraham sale sin saber a dónde va. Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente. Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama. Deja todo, renuncia a todo: patria, casa, familia, estabilidad, etc. Da un salto en el vacío en obediencia a Dios. Confía absolutamente en Dios y se deja guiar paso a paso por El. Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será bendecido y que será padre de un gran pueblo.
Abraham respondió a un Dios desconocido para él -pues Abraham pertenecía a una tribu idólatra. Pero nosotros hemos conocido la gloria de Dios, que fue experimentada por los Apóstoles después de la Resurrección del Señor. Tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, pudieron ver esa gloria aún antes, en la Transfiguración, cuando Jesucristo llevó a estos tres Apóstoles al Monte Tabor y allí les mostró algo del fulgor de su divinidad. Y éstos quedan extasiados al ver “el rostro de Cristo resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve” (Mt. 17, 1-9).
Es de hacer notar que la Transfiguración tiene lugar unos pocos días después del anuncio que Cristo le había hecho de su Pasión y Muerte a los Apóstoles, de manera que esta vivencia de su gloria les fortaleciera la fe, pues habían quedado muy turbados al conocer que el Señor sería entregado a las autoridades y que debería sufrir mucho, para luego morir y resucitar.
Con esto Jesucristo quiere decirle a los Apóstoles que han tenido la gracia de verlo en el esplendor de su Divinidad, que ni El -ni ellos- podrán llegar a la gloria de la Transfiguración -a la gloria de la Resurrección- sin pasar por la entrega absoluta de su vida, sin pasar por el sufrimiento y el dolor. Eso se los anunció muy claramente en el anuncio que les hizo sobre su Pasión y Muerte justo antes de su Transfiguración : “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera asegurar su propia vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la hallará” (Mt. 16, 24-25).
Esa renuncia a uno mismo fue lo que Dios pidió a Abraham … y Abraham dejó todo y respondió sin titubeos y sin remilgos, sin contra-marchas y sin mirar a atrás. Esa renuncia a nosotros mismos es lo que nos pide el Señor para poder llegar a la gloria de la Resurrección. No hay resurrección sin muerte a uno mismo y tampoco sin la cruz de la entrega absoluta a la Voluntad de Dios.
http://www.homilia.org

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