El Domingo de Ramos se da inicio formal a la Semana Santa. Y los que vamos a la Iglesia este día, vemos que hay mucha más gente que otros domingos, porque van con mucho interés a recoger las palmas benditas. Esas palmas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, aclamándolo como Rey.
La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que conmemoramos este domingo, a pocos días de su Pasión y Muerte, nos invita a reflexionar sobre si Jesús es Rey. Más precisamente: si Jesús es nuestro Rey.
La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó de la idea del Mesías que tenía la gran mayoría del pueblo de Israel: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del colonialismo romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.
Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén, que celebramos cada Domingo de Ramos, se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38).
Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no lo niega, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros” (Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos y dentro de aquéllos que acogen la Buena Nueva.
Y ¿cuál es esa Buena Nueva? Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión mucho peor que ésa: la del Enemigo de Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.
Pero si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es? ¿cuándo se instaurará? Ya lo había anunciado Jesús mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que tratan de seguir la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio: en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno. (cfr. CIC # 671-677)
Y ¿quiénes son los súbditos de ese Rey? ¿quiénes son su pueblo? Todos los que hayan sido -como El- siervos de Dios, es decir todos los que hayan cumplido la Voluntad de Dios, todos los santos, todos los salvados por la sangre de ese Rey derramada en la cruz. Tiene sentido, entonces, lo que Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro: “venga a nosotros tu Reino”. Tiene sentido también que en la Santa Misa, después de que el pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, respondemos a una voz: “Ven Señor Jesús”, pidiendo con esta frase -que es la última de toda la Sagrada Escritura- que Jesús venga pronto a instaurar su Reino definitivo, en el que seguirá siendo el Rey… y Rey para siempre!
Con las palmas benditas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- como nuestro Rey, Dueño y Señor de nuestra vida y de nuestra voluntad. Si no es así, no tiene sentido recoger palmas.
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Buena Nueva – ¿Palmas para qué?
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