Buena Nueva – La cadena

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San Juan Bautista preparaba al mundo de su época y de su región para el momento en que Jesucristo, el Mesías prometido, esperado por el pueblo de Israel, se revelara públicamente.

El Mesías había nacido 30 años antes y estaba a punto de presentarse como tal ante el pueblo de Israel. Y, mientras tanto, San Juan Bautista predicaba, bautizaba y, además, tenía algunos discípulos.

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En el Evangelio de otro Juan leemos esta bellísima revelación que nos hace San Juan Bautista: “Yo no lo conocía (a Jesús, el Mesías prometido), pero Dios, que me envió a bautizar con agua, me dijo también: ‘Verás al Espíritu bajar sobre Aquél que ha de bautizar con el Espíritu Santo, y se quedará en Él. Pues bien, ¡Y yo lo he visto! Por eso puedo decir que Éste es el Hijo de Dios” (Jn. 1, 33-42).

Nos dice el Evangelio lo que sucedió al día siguiente de esta confesión. Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos: Andrés y Juan, y al ver que Jesús iba pasando, les dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Cuando los dos discípulos oyeron a San Juan Bautista identificar a Jesús como el Mesías tan esperado, en seguida siguieron a Jesús.

La actitud de San Juan Bautista no puede ser más elocuente: muestra el Mesías a sus seguidores y él mismo desaparece.
¿Cuál es la enseñanza de este episodio? Notemos la cadena: Juan Bautista lleva a Juan y a Andrés a Jesús. Andrés lleva a Pedro. Y así sucesivamente. En esto consiste el apostolado y la evangelización. Unos llevamos a otros a Jesús.

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Pero para hacer esto, recordemos la enseñanza del Bautista: hay que mostrar a Jesús. Para ello hay que disminuir, opacarse, desaparecer, … para que Jesús sea Quien se muestre. En el apostolado y en la evangelización, nosotros debemos mostrar continuamente a Jesús y no podemos estar mostrándonos a nosotros mismos.

Y es que en las actividades religiosas –y también en otras menos importantes- corremos el riesgo de querer lucirnos, de buscar poder, de pretender ser apreciados por lo que hacemos. Pero la enseñanza de San Juan Bautista es crucial: debemos disminuir para que el Señor crezca; debemos opacarnos para que el Señor brille; debemos desaparecer para que Él se muestre; debemos escondernos para que el Señor sea el único que luzca.

Así otros podrán reconocer a Jesús como el Salvador y seguirlo como lo siguieron Juan y Andrés. Ellos ni lo pensaron. Enseguida comenzaron a caminar detrás de Jesús. Y éste, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscan?” Ellos quieren conocer al Mesías y El les pregunta sobre sus intenciones, porque de nada vale seguir al Mesías si no estamos dispuestos a entregarnos a El del todo.

Ellos le preguntan: “¿Dónde vives?” Posiblemente lo que querían era saber dónde buscarlo en un momento posterior. Pero Jesús los sorprende, pues de una vez los invita a venir. Nos dice en su Evangelio uno de estos dos discípulos, Juan, que eso sucedió a las cuatro de la tarde y que se quedaron con Jesús el resto del día.

¡Qué emoción la de estos dos jóvenes! Ya no era otro hablándoles del Mesías: era El mismo hablándoles y enseñándoles.

Y luego ellos hacen lo mismo que San Juan Bautista. Andrés fue a buscar a su hermano Simón (que luego se llamaría Pedro), le informa que han encontrado al Mesías, y lo lleva a donde Jesús.

Es la cadena de la evangelización, de la Nueva Evangelización que debemos realizar hoy en día en un mundo tan alejado de Dios: llevar a otros a Jesús. Pero no mostrándonos nosotros, sino dejando que Jesús sea el que luzca. Y con su Luz ilumine a este mundo oscuro.

Ver Por qué Cristo es el Cordero en http://www.homilia.org

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