Buena Nueva – ¿Alcahuetería o perdón?

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La Misericordia de Dios es infinita. Eso se dice y se repite, sin darnos cuenta de su real significación y dimensión.  Entre tantos atributos de Dios -todos infinitos- su Bondad y su Misericordia son realmente insospechadas.
Cómo recibir al hijo pródigo que se había portado tan mal… y -como si fuera poco- celebrar su recibimiento con una fiesta? ¿Cómo buscar por todos lados a la oveja perdida? ¿Cómo defender a la mujer adúltera? ¿Cómo buscar a Zaqueo, corrupto cobrador de impuestos, para alojarse en su casa? (Lc. 19, 1-10). ¿Cómo perdonar a Pedro que lo negó tan feamente?  ¿Cómo perdonar a los que lo estaban matando en la cruz?
“Tú perdonas a todos, porque todos son tuyos” (Sb. 11, 23 a 12, 2).  Esta  frase del Libro de la Sabiduría tal vez nos lleve a comprender por qué Dios perdona nuestras faltas para con El: Dios nos perdona porque somos suyos, porque El es nuestro Padre.  Y como Padre infinitamente Bueno que es, nos ama incondicionalmente… como los buenos padres que aman a sus hijos, a pesar del mal comportamiento y de las fallas que puedan tener, y precisamente porque los aman, los corrigen.  Así son los buenos padres.
El Dios Verdadero, que se ha revelado a los seres humanos y a Quien los cristianos adoramos y amamos, es infinitamente Bueno y Misericordioso. No así otros “dioses”, por cierto. Hay otros “dioses” a los que no se le puede llamar padre, pues eso es considerado una blasfemia (!!!???)
Sin embargo, nuestro Dios sí que es Padre.  Y es Padre infinitamente Misericordioso. Pero esa Misericordia Infinita del Dios Verdadero no significa complacencia por nuestros pecados, aceptación de nuestras faltas, o alcahuetería con nuestros comportamientos inmorales. Cuando Dios, como dice el Libro de la Sabiduría aparenta no ver los pecados de los hombres, no es para consentirnos en nuestras faltas, sino para darnos ocasión de arrepentirnos (Sb. 11, 23).
Y llega un momento que nos corrige…nos reprende y nos trae a la memoria nuestros pecados.  ¿Para qué todo esto? Para poder ejercer de veras su Misericordia, al perdonarnos porque nos hemos arrepentido.
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar” (Sal. 144, 8). Todos podemos ser perdonados por el Dios Verdadero … si nos arrepentimos –ésa sí es una exigencia de su Misericordia Infinita. Más aún: Dios busca muy especialmente al infractor, al incrédulo, al pecador. Y lo busca para que se arrepienta.
Mucho se escucha decir: Dios es Misericordioso. Y eso está bien dicho así. El problema está en que, muchas veces al decir eso, estamos pensando que, porque es Misericordioso, Dios acepta todos nuestros pecados. No. Dios no es alcahuete. El es Misericordioso porque perdona los pecados al pecador que, arrepentido de veras, los confiesa en la Confesión Sacramental.
Cuando Dios nos busca, no es para consentirnos en el pecado, sino para que nos arrepintamos y cambiemos de vida.
Y, aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la Misericordia Divina es más luminosa que nuestra negrura.  Sólo hace falta que, como Zaqueo que se subió a un árbol para poder divisar a Jesús, nos subamos -al menos un poquito- por encima de nuestra miseria, para ver pasar al Señor.  Sólo hace falta que el pecador al menos abra la puerta de su corazón, reconozca arrepentido que ha ofendido a Dios y luego se confiese. Dios hace el resto.
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