Bienvenida la República española

Su Majestad Juan Carlos I de Borbón, Monarca de las Españas, acaba de anunciar al mundo, su voluntad soberana, de abdicar el trono, a favor de su hijo Felipe, Príncipe de Asturias. La noticia ha despertado conmoción, sobre todo, en la comunidad hispana. De donde brota la mejor perspectiva para consolidación de la Republica, el mejor legado que nos da la Madre Patria, en su incansable batallar político y democrático.
Oigamos, lo que la preclara Historia, conserva en sus inmortales registros: Las Cortes Españolas reunidas en Cádiz desde 1.810, que representaban el Gobierno de la Península, a raíz del cautiverio del Rey Fernando VII, aprobaron el 18 de marzo de 1.812, una Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada por el Consejo de Regencia y aceptada por el real mandatario, prisionero de Napoleón Bonaparte. Esta memorable Carta Magna (ver la columna Bicentenario de la Constitución de Cádiz, EL IMPULSO, 16-11-2012), en su artículo primero, proclamaba: “La nación española era la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Como consecuencia jurídica directa extendía su vigencia a España y a la comunidad hispano parlante.
Esta Constitución de Cádiz, rigió en Venezuela, durante dos épocas bien señaladas: 1.812 a 1.814 y 1.820 a 1.823, pero su aplicación se extendía, solamente a la parte de territorio dominado por españoles. Este instrumento jurídico fue producto del denodado esfuerzo del pueblo español y desde el punto de vista político, sustituía la monarquía absoluta que dominaba en España, por una Monarquía Constitucional y democrática de régimen popular, donde las provincias de ultramar, como de hecho lo hizo nuestra patria, podían participar en sus deliberaciones, con derecho a voz y voto.
Por los sucesos acaecidos en la Península, relacionados con la sublevación del General Rafael Riego y Núñez, la Proclama del Coronel Antonio Quiroga y la Jura de la Constitución liberal de 1.812, la de Cádiz, proporcionaron ambiente adecuado, para impulsar cambios sustanciales, en las políticas y relaciones, de la Monarquía con las provincias de ultramar. Un nuevo orden surge en España, favorable para alcanzar la inminente emancipación.
Guiado por ese mismo pensamiento, Don Pablo Morillo, Jefe del Ejército conquistador, dirige una respetuosa exposición a la representación popular, encarnada en el Congreso de Angostura. Anuncia la vigencia de la Constitución de 1.812, sancionada en Cádiz, con el voto universal y representativo de ambos Hemisferios y, tiene a bien: “expresar que es portador de órdenes de la Monarquía Constitucional de las Españas: para entrar en un acomodamiento generoso y justo que reúna toda la familia a disfrutar de nuestra regeneración política”.
El Libertador, guiado por su sabia intuición, oteó con diafanidad, que en esta nueva situación, quedaba sustituida la acción bélica, por un debate de ideas, que un razonamiento de derecho inalienables, como bases originarias de libertad y justicia y un reconocimiento del principio irrenunciable de soberanía nacional. Nacía una espléndida posibilidad para suspender las hostilidades y suscribir los célebres Tratados de Trujillo, donde preconizan sus ideales de paz, justicia y libertad, los plenipotenciarios de Colombia y de España, en la sublime ejecutoria que él llamo: “El más bello monumento de piedad aplicado a la guerra”.
La Republica, afortunado augurio de entendimiento y solidaridad de la comunidad hispana. Tiempo oportuno y bonancible, para pactar con la Madre Patria las alianzas del futuro, que acendran los vínculos ancestrales de la tradición sin riegos. Abolir la dependencia con Cuba comunista, con China, el nuevo imperio del capitalismo y con Rusia, la solapada regencia roja. Andrés Eloy, nuestro genial poeta, ligó en verso eterno, la entrañable solidaridad:
¡El mismo vuelo tiendan al porvenir de las dos
y el mundo, estupefacto, verá las maravillas,
de una raza que tiene por pedestal tres quillas
y crece como árbol, hacia el cielo, hacia Dios! (Canto a España)