Azúcares y libertad

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Azúcares y libertad 

En momentos que los estados legislan sobre cuestiones sociales polémicas como la despenalización de las drogas, la eutanasia o los matrimonios del mismo sexo; es difícil determinar hasta qué punto un gobierno puede entrometerse en asuntos que lindan con la libertad individual, afectando nuestros hábitos y conductas cotidianas.

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Una de estas controversias surgió a principios de mes en Nueva York, cuando el alcalde Michael Bloomberg, con el fin de combatir la obesidad, propuso una ordenanza que prohíbe la venta de refrescos azucarados en envases mayores de 16 onzas (casi de medio litro) en puestos callejeros, cines, restaurantes de comida rápida y estadios.
Muchos la consideraron una medida progresista acorde a las tendencias sobre salud pública que Bloomberg viene promoviendo en todo el país, similar a las que adoptó para prohibir que se fume en espacios públicos abiertos como el Central Park, establecer almuerzos más saludables en las escuelas públicas, u ordenar a los restaurantes que no usen grasas saturadas y que muestren a los clientes tablas con el valor calórico de los alimentos.
Otros, sin embargo, califican a Bloomberg de “alcalde niñero” o sobreprotector, creen que sus prohibiciones encarnan una intromisión en la libertad individual de las personas, al considerar que los individuos tienen el derecho a fumar, tomar o comer lo que quieran, mientras esa actividad no represente una amenaza, afecte la vida de los demás o sea contraria a las buenas costumbres.
En esta cruzada, Bloomberg no está solo. La primera dama, Michele Obama, desde que pisó el umbral de la Casa Blanca, puso en marcha el exitoso programa “Let’s move” (Movámonos), que incentiva el ejercicio físico en las escuelas públicas, además de almuerzos con verduras y frutas, más fibras y menos grasa. El objetivo, como el de Bloomberg, es combatir la epidemia de la obesidad que afecta a un 17% de los 32 millones de niños en edad escolar y a un 35% de los adultos.
La batalla no resulta fácil, la maquinaria de la industria de alimentos es colosal, desde nuevas marcas y productos más competitivos en los anaqueles de los supermercados, hasta publicidad contagiosa. La franquicia Burger King anunció esta semana un helado con panceta de 670 calorías, muy superior a las 16 onzas de bebida que se pretende prohibir en Nueva York.

La publicidad es el nuevo frente de batalla de los activistas. La compañía Walt Disney no resistió la presión y anunció que en sus parques de diversiones ofrecerá comidas más saludables y que para 2015 ya no permitirá publicidad sobre comida chatarra en sus canales de televisión, radios y sitios de internet. Se calcula que por cada hora que los niños pasan frente al televisor, tienen un 18% más de probabilidades de comer golosinas y un 16% de ingerir comida chatarra.
La tendencia se registra en otros países. En Perú los legisladores analizan un proyecto de ley para prohibir publicidad de comida chatarra en horario de protección del menor, ya que un 25% de los niños, entre cinco y nueve años, tiene problemas de obesidad y sobrepeso, así como un 50% de las mujeres maduras. Según el Congreso peruano, existen dos millones de diabéticos en el país y se suman 100 mil casos nuevos al año.
Como buen economista, Bloomberg justifica con datos concretos sus acciones para mejorar los hábitos alimenticios. Se estima que en EE.UU. se gastan 190 mil millones de dólares al año en el tratamiento de enfermedades relacionadas a la obesidad, como la diabetes tipo 2 y algunos cánceres y males cardiovasculares.
Aunque es difícil oponerse a medidas de salud pública, los gobiernos deberían estar más limitados y no cruzar la raya divisoria entre los asuntos de interés social y los del ámbito de libertad individual. En estos temas siempre será mejor prevenir y educar, que imponer y prohibir.

Habrá que esperar años para observar si se crean nuevos hábitos y la obesidad se reduce. Mientras tanto, como sugirió el Instituto de Medicina estadounidense, más que prohibir vasos grandes de Coca Cola, será más efectivo incentivar la integración de la actividad física a la vida diaria, que haya mayor disponibilidad de alimentos y bebidas saludables en la ciudades y que las escuelas se transformen en motores de la salud individual
y pública.

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