Arquidiocesana 31/08/2014: Justicia final

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“Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus Ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mateo 16, 27).

Así se expresa, entre otros aspectos, el evangelio de hoy.

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La espera del retorno de Cristo, como Juez de vivos y muertos, forma parte del Credo. Habrá un juicio en donde el ser humano comparecerá ante Dios para dar cuenta de sus actos. Esta temática aparece incluso en las creencias de Egipto y Grecia. En esas culturas, se habla en su dimensión religiosa de “un juicio de los muertos”.

Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, una de las funciones importantes de los gobernantes, consistía en decidir en los litigios, a fin de que se hiciese justicia y se preservase el derecho de cada quien en aquella sociedad.

Esta actividad judicial fue ejercida por Moisés y los ancianos quienes le asistían en su labor de gobierno, así leemos: “Al día siguiente, Moisés se sentó para hacer de Juez y vinieron a consultarlo todo el día…” (Éxodo 18, 13-26). Igual sucede con Samuel y los Reyes.

Pero con todo y eso, a pesar de las reglas establecidas por la Legislación, se dista mucho, en la práctica, de una justicia total.

Por eso la fe en un juicio Divino, que se aplique plenamente la justicia, es una necesidad sentida por aquel pueblo. Dios tiene el gobierno último del mundo, su palabra determina el derecho y fija las reglas de la justicia, ya que conoce perfectamente a los justos y a los culpables. Por eso a Él, se recurre como el Supremo Juez, a fin de que se respete el derecho y se asuman los deberes.

De esta suerte muchos Salmos son gritos demandando justicia, al Dios de los justos perseguidos: “Levántate Yahvé, no triunfe el hombre malo, sean las gentes juzgadas ante ti”. (Salmo 9, 19) “Hazme justicia oh Yahvé… he confiado en ti, sin vacilar” (Salmo 26,1).

También algunos salmos imploran urgentemente a Dios, a fin de que su intervención impida las injusticias de algunos jueces inicuos, así lo hace el Salmo 82, 2-8. “Hasta cuándo juzgarás injustamente… álzate oh Dios, juzga a la tierra…”.

Por otra parte, Israel tuvo una experiencia histórica, ya que los castigos en el desierto fueron signos tangibles, de sentencias judiciales, contra un pueblo infiel. Esto sucede al principio de las catástrofes que caen sobre la humanidad, ya sea en Sodoma o en el Diluvio: “El clamor que llega contra Sodoma y Gomorra, es ciertamente grande, y su pecado es en verdad muy grave” (Génesis 18,20).

Nuevo Testamento

En los Sinópticos, la predicación de Jesús se refiere frecuentemente al juicio del último día. Todos los hombres habrán entonces de rendir cuentas, como aparece en la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).

Una condenación rigurosa aguarda a los Escribas hipócritas: “Ellos han de tener un juicio muy riguroso” (Mateo 12,41). También se pedirá cuentas a la generación incrédula que no se ha convertido a su voz, “esta generación mala y adúltera pide un signo y no se le dará sino el de Jonás” (Mateo 12,39).

De toda calumnia habrá que dar cuenta, si no ha habido arrepentimiento (Mateo 12, 34). El ser humano será juzgado de la misma forma, en que juzgue a los demás (Mateo 7, 1-5).

Por eso “el que crea no será juzgado, pero el que no crea, ya está juzgado, por haber rechazado la luz, soberbiamente” (Juan 3, 18-19). Así aquellos cuyas obras son malas, prefieren las tinieblas a la luz, y Dios no tiene más que dejar que se cieguen en su soberbia, los jactanciosos. En cuanto a los que busquen el bien, Jesús viene a sanarles los ojos, para que obrando en la verdad, vengan a la luz (Juan 3, 21).

El juicio final por tanto, no hará sino manifestar a plena luz esta decisión operada desde ahora en el secreto de los corazones, a favor del bien o en contra de él.

Por eso, pues, deseamos todos que se aplique lo mejor posible la justicia en esta vida, pero como existen tantas limitaciones y obstáculos y como, por otra parte, se dan tantas dimensiones que no están legisladas, se hace un anhelo de todos, el juicio definitivo de Dios.

Por cuanto es bueno recordar que no es lo mismo el bien que el mal. Es verdad que pueden haber incluso interpretaciones del bien y el mal, pero llegará el momento en el cual Dios podrá juzgar plenamente nuestras conciencias y nuestros corazones, y aparecerá quien de verás hizo el bien o hizo el mal. En este juicio divino se hará justicia final a los verdaderos corruptos, en donde no habrá padrinos, ni cómplices, ni ningún tipo de inmunidad, ni habrá intocables. Se sabrá en verdad quién fue ladrón, el que robó por hambre o por codicia. Quién fue honesto o no, quién actuó a los ojos de los hombres sincera o interesadamente. Quizás en esta vida podamos aparentar y engañar, pero allá no será así. Se hará evidente si fuimos fundamentalmente buenos o fundamentalmente malos.

Por todo esto, ese juicio es una invitación desde el amor y desde el santo temor a Dios, a una conversión sincera hacia el creador y sus valores. Es necesario un cambio de vida profundo, en dirección al bien y a la verdad.

Porque el Hijo del Hombre, entonces “pagará a cada uno según su conducta”.

 

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