Arquidiocesana 02 -03-14

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En Mt. 6, 24-34 se nos dice: “no se puede servir a Dios y a las riquezas… Así que no se preocupen preguntándose: qué vamos a comer, o qué vamos a beber, o con que vamos a vestirnos? Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes –tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan. Por lo tanto, pongan toda su atención en el Reino de los Cielos y en hacer lo que es justo ante Dios y recibirán también todas esas cosas, cada día tiene bastante con sus propios problemas”.

Dios, es el Señor absoluto. Es Él quien solicita el corazón humano, a la persona entera y en calidad exclusiva. El otro señor que quiere ser absoluto es el dinero, la riqueza. El dinero busca acaparar la adoración del corazón humano. Las personas necesitan el dinero para su desarrollo y seguridad.

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Pero no se puede adorar al dinero. Muchas veces la avaricia se presenta como un deseo desordenado y excesivo de tener riquezas para amasarlas y guardarlas de manera egoísta.
La avaricia es considerada como un vicio, como un pecado.
La avaricia puede referirse a la falta de solidaridad, especialmente con los más necesitados, puede llevar a la estafa, al robo.

Incluso la avaricia puede conducir a la simonía, o sea, tratar de comprar lo sagrado. Cuando la avaricia se apodera del corazón humano, lleva a una angustia enfermiza, en donde la única preocupación que cuenta es hacer dinero, olvidando completamente a Dios, a la familia y al bien común; por ello dice Cristo: “miren las aves que vuelan por el aire, no siembran, ni cosechan… sin embargo, el Padre de ustedes… les da de comer, y ustedes valen más que las aves”. Mt. 6,26.

¿Y por que se angustian por el vestido? Fíjense como crecen los lirios del campo, si Dios viste así a la hierba… con mayor razón los vestirá a ustedes, gente de poca fe. Mt. 6, 26.28.30.

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Por todas estas razones, el ser humano debe buscar, por encima de todo, a Dios, su Reino y su justicia, y desde allí darle sentido al dinero sin convertirlo en ídolo. Así decimos en el Padre nuestro: venga a nosotros tu Reino… hágase tu voluntad en la tierra, como en el cielo… danos hoy nuestro pan de cada día.

También en las bienaventuranzas se dice: dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamara hijos suyos. Mt. 5,9; dichosos los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos Mt.5,10.
Lo decisivo es, no apartarse de la voluntad de Dios, sino vivir en su presencia, en cumplir sus mandatos, y lo demás vendrá por añadidura.

Dios es quien debe dar la orientación apropiada, en orden al bien, del dinero y la riqueza. Recordando que los que poseen recursos son ante todo administradores de ellos, en relación a los más necesitados; es fundamental salir de los vicios, causa también de la miseria, pero aprendamos a ser solidarios, desde el bien común. No olvidemos que es mejor ayudar, que tener que pedir.

Mons. Antonio José López C.
Arzobispo de Barquisimeto

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